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lunes, 18 de junio de 2007

Daniel Filmus triunfalista. O de la delgada línea que separa la astucia propagandística de las auto profecías inverosímiles

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Acabo de leer un titular altisonante de la agencia TELAM (puede verse en este link), donde se dice: “‘Estamos convencidos de que el 24 ganamos el ballottage’, ratificó Filmus”.

Como no podía salir de mi perplejidad, leí el artículo entero, para descartar que no fuera cosa de que la frase hubiera sido sacada de contexto. Pero, parece que no; sin ánimo de abusar del juego de palabras, parece que -a veces- lo que parece no sólo parece, sino que es.

En efecto, al interior de la noticia se leen frases que hoy habría expresado Daniel Filmus en un acto proselitista en Parque Lezama, como las que se transcriben a continuación:
“Nos acercamos a Mauricio Macri en las encuestas y estamos convencidos que el 24 vamos a ganar el ballottage."
"La tendencia es que nos estamos acercando, cada día un poco más y realmente estamos convencidos que vamos a ganar el domingo el ballottage y asumiremos el 10 de diciembre.”

Antes de cualquier reflexión lo primero que acude a mi mente resulta trivial: ¿lo creerá seriamente? Tal vez inspirándose en el gran Almafuerte, Filmus esté encarnando aquello de que “no te des por vencido, ni aún vencido”, porque “todos los incurables tiene cura, cinco segundos antes de la muerte”. Pero, sinceramente, cuesta creerlo.

Me resulta más plausible suponer que se trata de un mero artificio propagandístico, basado en la irreflexiva idea de que -cual escenario de guerra, donde la primera víctima es la verdad-, si la gente (cuál gente: ¿toda?, ¿lo que lo ya lo votó?, ¿la que no lo votó y se arrepintió?, ¿la que no pensaba ir a votar?) piensa que Filmus puede ganar, entonces aumentará su predisposición a ir a votarlo.

Pero sea por la razón que fuere que Filmus haya dijo lo que dijo, lo que en estas líneas interesa es analizar sus posible implicancias. Podemos proceder a tal análisis distinguiendo dos niveles:

1. En un primer nivel, cabe considerar cuál es el supuesto grado de eficacia que se desprendería de enunciar predicciones que, prima faccie, se presentan como poco verosímiles. Convengamos que parecería apostarse a una implícita idea que sostendría alguna, varias o todas de las siguientes variantes:
• Esa referida gente tendría una alta aversión hacia los perdedores, de modo que si alguien se muestra como luchador, tal aversión se atenuaría, derivándose entonces un producto final del mensaje que resultaría positivo para la causa de Filmus candidato.
• Asimismo, a modo de inversa de la anterior, se supone que la gente se alinearía mejor con el ganador (tal vez por una especie de identificación narcisista visceral), de modo que al mostrarse así, habría –nuevamente- un efecto positivo para Filmus.
• Adicionalmente, esa misma referida gente (u otra), si bien valoraría su voto como un bien preciado, se resistiría a rifarlo sin más ni más. Esto conduce a la conocida teoría del voto útil, que al margen de sus muchas variantes, básicamente sostiene un principio simple e incontrovertible: “si mi acción no va a tener ningún aporte, entonces ¿para qué realizarla?” (Vg. “Para que voy a ir a votar a este, si igual va a perder; mejor me quedo en mi casa y me veo una buena película o salgo a pasear!”)

2. Si bien resulta evidente que cualquiera de las referidas razones posee alguna lógica intrínseca atendible, no es menos evidente que también presentan algunas problemas, a saber:
• En primer lugar, convengamos que no siempre la gente suele “amar” más a los ganadores fuertes; a veces, sucede lo contrario: amamos a los débiles perdedores (la supuesta identificación narcisista es una fuerza intensa que nos gobierna; pero también nos impele la piedad, que no es otra cosa que desear el bien de quien vemos sufriendo)
• Recíprocamente, aquí también aparece una contrapartida simétrica del anterior argumento: a veces la gente detesta a los triunfalistas, y más aún a los que se venden como tales, es decir a los que en el lenguaje popular se tilda de “fanfarrones” (o es alguna novedad que una de las críticas más despiadadas de los argentinos sobre los propios argentinos se centra en nuestro capital pecado de soberbia”)
• Un ejemplo muy elocuente de la verdad conjunta de las dos consideraciones anteriores puede rastrearse en la historia de uno de los mayores grandes ídolos deportivos nacionales. Me refiero al caso de “Ringo” Bonavena. Los memoriosos del box recordarán que hasta antes de su dura derrota ante el mismísimo Cassius Clay, nuestro “Ringo” simbolizaba sí, al loco lindo argentino, al pícaro sinvergüenza, a los ravioles dominicales en la casa de Doña Dominga (su mamá), etc.; pero había un problema: la mitad del país lo amaba por todo eso; pero la otra mitad lo odiaba, porque “Ringo” también simbolizaba al fanfarrón, al chanta y al ególatra. ¿Pero cuando se convirtió entonces el inefable “Ringo” en el ídolo de multitudes que fue?: cuando perdió. Si, a la gente le dio lástima ver a ese grandote con cara de nene vapuleado sobre la lona: y a partir de ese momento lo amó y le perdonó todos sus anteriores excesos. Fue recién antes, y no antes, en que Bonavena dejó –para la mitad que lo odiaba- de ser el chanta fanfarrón para pasar a ser el loco lindo querido y entrañable que finalmente fue.
• Respecto a la teoría del voto útil, ésta sencillamente desatiende a un hecho básico: auque el argentino despotrique de la política, aunque sea el artífice del “que se vayan todos”, aunque siempre se insista en que “esta vez la gente fue menos a votar”; lo cierto es que los índices de concurrencia siguen siendo altos. No es este el espacio de considerar si la razón profunda de lo anterior radica más en un sentimiento de civilidad “ancestral”, o en la idea de se trata de un deber que si se viola traerá algún trastorno futuro (dificultades en trámites, multas, etc.), pero lo cierto es que la gente concurre mayoritariamente a votar. Y, una vez dentro del cuarto oscuro, ¿qué sentido tendría votar por quién uno quiere menos (u odia más), cuando puede hacerlo por uno que quiere más (u odia menos), más allá de las chances de ganar o perder que se le atribuya?. Sencillamente, el problema es que la teoría del voto útil, cuando se aplica, se aplica mejor a comicios abiertos (de primera vuelta o sin ballotage), pero parece exagerado pensarla para un ballotage.

3. Pasemos entonces a considerar el segundo nivel de implicancias de las referidas aseveraciones de Filmus, objeto de este artículo. Me refiero a las consecuencias emocionales derivadas de un estrepitoso fracaso, luego de haber previamente anunciado un triunfo fallido. ¿por qué alguien supuestamente racional (¿los políticos?) estaría dispuesto a correr semejante riesgo. ¿Cómo es posible que, aunque más no sea a modo de primitivo mecanismo de defensa, no funcione un operador de prudencia que inhiba el aseverar predicciones francamente improbables ante la evidencia acumulada, tal como las que se vienen analizando? Francamente, no tengo ninguna explicación al respecto más que insistir en la pertinaz insistencia de la mente humana a operar con torpeza en lugar de hacerlo con mesura.

Nota: Un último agregado. Quizás donde se evidencie de modo más palmario esa pertinaz irracionalidad con la que se concluyó es al observar la conducta de negación absurda que tienden a adoptar los candidatos derrotados al cierre de los comicios, cuando insisten en autoproclamarse ganadores, aún a sabiendas de que los estudios de boca de urna ya los muestran como perdedores o. al menos, en situación sumamente comprometida. Mi mente no puede dejar de pensar en esta figura: temporariamente desconectados de la realidad, creen que todavía siguen en campaña y que sus realmente estériles balbuceos finales podrán mágicamente torcer los millones de voluntades que ya se han manifestado sobre las urnas. Tal vez, entonces, en algún sentido, todo político sea un especie de Quijote moderno que los humildes ciudadanos no alcanzamos a comprender. O tal vez, sea sencillamente necedad.



















Soy Federico González

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