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viernes, 10 de junio de 2011

¿Quién es Ricardo Alfonsín? Cuando lo parecido puede ser diferente y lo diferente, parecido

Finalmente, el proceso eleccionario para las presidenciales de octubre ha ingresado en una zona de mayor certidumbre. Con excepción de la candidatura de la Presidente, al menos han quedado definidas varias de las fórmulas que conformarán la partida.

Adicionalmente, además de la evidencia del alto índice de intención de voto de Cristina Fernández (se mantiene firme alrededor del 40%), emerge como novedad que Ricardo Alfonsín se perfila como el principal candidato opositor, con una intención de voto que orilla los 20 puntos y superando a Eduardo Duhalde que apenas alcanza un 13%.

Dicha cifra resulta claramente exigua cuando se la contrasta con la de la Presidente (que la duplica) Pero adquiere significación al considerarse que resulta el doble de la que tenía el propio candidato hace menos de 30 días.
Respecto de la candidatura de Alfonsín, durante la semana que finaliza han surgido tres novedades relacionadas: la decisión de propiciar una alianza provincial con Francisco de Narváez; el anuncio del acompañamiento de Javier González Fraga como vicepresidente y, como consecuencia, la consumación de la ruptura de la anhelada alianza nacional entre la UCR y el socialismo, que decantó en la candidatura presidencial de Hermes Binner.

La decisión de Ricardo Alfonsín ha propiciado análisis disímiles tanto en el plano valorativo de las lealtades ideológico-partidarias, como respecto al impacto sobre sus chances electorales.

Por un lado, desde un análisis político más ortodoxo, algunos sostienen que la ecuación arrojaría un saldo negativo. Esta línea argumental expresa que la decisión de Alfonsín implica un giro hacia la centro-derecha, lo que implica cierta renuncia a valores en aras de cálculos electorales y que, además, menguarán sus chances debido a que parte del electorado radical migrará hacia el espacio de Binner, quien aseguraría mayor purismo ideológico.

Por otro lado, una tesis alternativa (a la que adhiero), más inspirada en el análisis de la opinión pública, sostiene lo contrario: las chances de Alfonsín aumentarán ahora de modo ostensible. Y no sólo porque el caudal de votos provinciales que podría aportar Francisco de Narváez superaría al que perdería a manos de Binner, sino porque -de cara al electorado- Ricardo Alfonsín se ha mostrado como un político con suficiente coraje para tomar decisiones, aún cuando éstas aparezcan como políticamente incorrectas respecto a cierta ortodoxia partidaria.

Lo anterior conduce al análisis de qué tipo de político es en verdad Ricardo Alfonsín. Convengamos que la ciudadanía aún no ha consolidado una opinión. Y, como suele suceder, cuando algo no se conoce plenamente se abona el terreno incierto de las comparaciones. El núcleo de este análisis radica en bosquejar un análisis crítico de algunas comparaciones que últimamente se han estado postulando, en el marco de otras también posibles.

Comencemos enunciando el catálogo de lo obvio: Ricardo Alfonsín es Ricardo Alfonsín. Lo cual significa que no es Rául Alfonsín, ni Fernando de la Rúa, ni Julio Cobos, ni Carlos Menem ni Arturo Illia. Pero avancemos en el posible significado de semejante comparaciones.

1. Ricardo Alfonsín no es Raúl Alfonsín:

Comparar a Ricardo Alfonsín con Raúl resulta un ejercicio tan lógico como de resultado inevitable: un padre político que dejó su huella en la historia en contraposición a un hijo que, por ahora, sólo aspira a un cargo presidencial.

En ese marco, donde resulta fácil destacar las virtudes carismáticas de aquel caudillo radical y presidente emblemático, la figura de Ricardo no puede sino quedar disminuida. Entonces pasa a ser “Ricardito”, un hombre que expresa un anhelo presidencial pero que padece la sombra de un padre poderoso.

Sin embargo tal parangón no sólo resulta injusto sino falaz. Porque quizás la principal fortaleza de Ricardo no devenga de ese poder de seducción que portan los líderes carismáticos, sino tal vez de sus dotes intelectuales como estadista en ciernes. Al respecto, mi tesis es sencilla: al igual su fallecido padre , Ricardo Alfonsín es un hombre honesto y con profundos valores éticos-democráticos; pero, además, es un pensador y estratega político de alto vuelto.

Para poner a prueba esa tesis he realizado un sencillo experimento exploratorio: simplemente extraje ideas centrales de discursos de candidatos presidenciales actuales, incluida la presidente, y pasados (por supuesto, cuidando de que no pudiera identificarse al autor) Luego, sobre una pequeña muestra de ciudadanos de nivel educativo medio, evalué la valoración de las ideas en términos de valor como propuesta para afrontar problemas del país, claridad de enunciación y grado de desarrollo (concepto explicado versus eslogan superficial de campaña). El resultado fue sorprendente: las ideas de Ricardo Alfonsín fueron las más valoradas entre los candidatos actuales y sólo superadas por las Arturo Frondizi.

Mi corolario de lo anterior es simple: Ricardo Alfonsín tal vez carezca del carisma arrollador de su padre, pero, en el plano del ideario político, está plenamente a su altura y hasta quizás lo supere.

2. Ricardo Alfonsín es radical, pero no es Fernando de la Rúa:

La partida del helicóptero llevándose a un Fernando de la Rúa renunciante luego de las jornadas trágicas de diciembre del 2011, resulta el ícono elocuente del fracaso de la Alianza.
Pretender asociar a Ricardo Alfonsín con De la Rúa a través de la dudosa ecuación: “De la Rúa, Alianza, radicales”; “Alfonsín, alianza, radicales”, no sólo es una simplificación: es simple deshonestidad intelectual.
Porque Fernando De la Rúa nunca fue el Kennedy argentino que alguien avizoró allá por el 73, sino más bien, la mejor expresión de un político carente de ideas y con una imposibilidad casi patológica de tomar decisiones. Además, el discurso delarruista tenía un sello distintivo: simple retórica vacía de contenido.
Corolario: que Ricardo Alfonsín no es Fernando de la Rúa es lo contrario a una tesis; es una verdad de Perogrullo.

3. Ricardo Alfonsín no es Julio Cobos
A raíz de le épica instaurada con el ya mítico “voto no positivo”, Julio Cobos alcanzó a tener todo lo que puede aspirar un potencial presidenciable: altísima imagen y similar intención e voto. Es cierto que le tocó también deslizarse por el filoso desfiladero entre la formalidad institucional de su cargo y su rol opositor. Lo cual no debe ser tarea simple.

Pero no es menos cierto que apenas dos años después de aquel momento de gloria, sus permanentes indefiniciones sobre cuál era su lugar en el mundo político lo pulverizaron hacia la licuación de sus posibilidades. Julio Cobos irrumpió como un corajudo capaz de tomar la decisión más riesgosa. Pero terminó como la genuina encarnación del príncipe Hamlet, donde la permanente duda entre ser o no ser lo hicieron desaparecer de la escena política.

En contraposición, cuando Ricardo Alfonsín decide correr el riego de comprometer el acuerdo con el socialismo en aras de una candidatura con posibilidades reales, lo que demuestra es el sello de un político de raza que sabe que aquello de que “la política es el arte de lo posible” no es una mera frase, sino un imperativo para la acción.

Corolario: En 2008 Julio Cobos parecía tenerlo todo, mientras que Ricardo Alfonsín era apenas un dirigente más. Hoy Alfonsín es el opositor más fuerte, mientras que Cobos no es candidato a nada. Ergo, Ricardo Alfonsín no es Julio Cobos.

4. Ricardo Alfonsín no es Carlos Menem:

Esta comparación parecería ajena al presente análisis. Es claro que nadie podría postularla con pretensión de seriedad. Sin embargo, aquí se la considera por la recurrente sentencia oficialista que expresa que la vuelta de un radical (cualquiera que sea) representaría una especie de retorno de una Alianza cuyo fracaso obedeció a la insistencia en mantener las recetas neoliberales de los 90, que Carlos Menem habría ejecutado de modo tan eficiente como catastrófico para el país y para el pueblo argentino.

En el marco de esa lógica irreflexiva y acrítica, el acuerdo Alfonsín - De Narváez significaría algo así como una especie de “prueba del delito” o de “sincericidio”.

Es obvio, que cuando la tesis se enuncia de forma clara y no meramente alusiva, se pone de relieve que apenas se trata de simple chicana de campaña sin peso conceptual.

Corolario: Ricardo Alfonsín sólo puede ser comparado con Carlos Menem cuando se renuncia a la argumentación razonable para sucumbir a la tentación de la diatriba acrítica.


5. Ricardo Alfonsín no es Arturo Illia

He dejado para el final esta posible comparación que, por lo que sé, a nadie se le ha ocurrido postular. Pero hacerlo puede resultar aleccionador.

La historia ha juzgado que el derrocamiento de Arturo Illia condensó dos desgracias en un mismo acto. Por un lado, la evidente prepotencia de los alzamientos militares de aquellos años difíciles; por otro, la indiferencia de una sociedad inmadura que no supo valorar lo que estaba perdiendo.

A mi juicio, Arturo Illia es el símbolo de la virtud política incomprendida. Un hombre austero, casi gris, sin el carsima de muchos embaucadores de feria, pero con un nivel de honestidad y de coraje para enfrentar al Poder, cuya conjunción resulta escasa en la historia argentina.

Sin duda, Illia era mucho más de lo que parecía. Aunque podía parecer un abuelo bonachón, era un estadista con agallas. Sin embargo, la sociedad argentina no se dio cuenta.

Evidentemente -que duda cabe- Illia fue un presidente honesto. Pero también fue un hombre que supo plantarse con firmeza ante los poderes de aquellos años.

Corolario. Arturo Illia era mucho más de lo que parecía. Pero cuando las sociedades se acostumbran al seductor de turno suelen confundir las apariencias con las realidades.

Tal vez haya algo de cierto en aquello de que Ricardo Alfonsín no alcance el fuego del carisma que otrora detentaron figuras políticas como Raúl Alfonsín o Carlos Menem.

Pero sugiero el ejercicio de apreciar que su eventual falta de carisma sea, tal vez, superada con creces por la calidad de sus ideas, por su honestidad, por su pasión y por su coraje para avanzar hacia un país mejor.

Quizás una sociedad recién esté madura cuando puede discernir con claridad y sin preconceptos la gran diferencia entre el parecer y el ser.

Corolario final: Ricardo Alfonsín: el candidato presidencial que es mucho más de lo que parece.

Simplemente invito a la ciudadanía a pensar seriamente en esa posibilidad.


Agregado final: he intentado demostrar dónde, a mi juicio, residen las fortalezas de Ricardo Alfonsín. Sí en la sustancia, no en la apariencia. Pero también sería injusto no conceder una distinción: cuando Alfonsín conversa exhibe un estilo sereno, amable, austero y, por momentos, lindante en la parquedad. Pero esa imagen contrasta con el Alfonsín orador en un acto de campaña. Allí sí, puede advertirse plenamente el parentesco con su padre. Al igual que el ex presidente, Ricardo Alfonsín tiene la potencia de llegar al núcleo emocional del auditorio. Y esto, sin duda, es también una de las genuinas expresiones del carisma.