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sábado, 1 de diciembre de 2012

Ni tontos ni malos: Ciudadanos

Los ecos del 8N ya van quedando atrás, aunque la insistente rémora de expresiones emanadas del Gobierno resulte la causa principal de su vigencia.
En efecto, el Gobierno parece insistir en que el intenso reclamo de una vasta porción de la ciudadanía no es un hecho al que se deba atender. Pero lo más preocupante son las razones que, según se aduce, justificarían esa negación.
Más allá de la serie de conceptos y epítetos utilizados por el discurso oficialista para descalificar a quienes marcharon  el 8N, su pasaje a categorías más básicas permite esta síntesis: “Quienes se manifestaron son carentes, tontos o malos; o todo eso a la vez”
 En efecto, un primer análisis del discurso gubernamental revela que, para éste, aquellas voces demandantes no deberían ser atendidas porque evidencian alguna carencia estructural: o no tienen suficiente entidad numérica o no tienen ninguna representación política.
Un segundo nivel, permite particularizar la atribución de otro tipo de déficits más homologable a discapacidades propositivas o intelectuales de la ciudadanía manisfestante: sus demandas son difusas, no exhiben propuestas, no son voces auténticas sino “habladas” a través de medios hegemónicos, no entienden lo que pasa en el país ni su historia, no terminan de comprender el juego de la democracia, etc.
Por último, también se sostiene que las voces manifestantes no deberían ser escuchadas porque constituirían la certera expresión de algo cuestionable: perseguir fines sectoriales; tener vocación antidemocrática; representar a la derecha, a la oligarquía, a una clase media insensible; ser frívolas, egoístas, destituyentes, golpistas, etc.
El análisis de las razones subyacentes a la negativa del Gobierno a escuchar y comprender los motivos del descontento expresado el 8N, encuentra su correlato en el concepto de protesta calificada.
Así —parece razonar la cofradía kirchnerista— para que una protesta califique como atendible para el Gobierno, debería ir acompañada de ciertos requisitos tales como la extracción social de quien la expresa, su condición ético-moral, cierto grado de pureza ideológica, cierto nivel de coherencia interna, un certificado de autenticidad que garantice que no ha sido forjada por algún mecanismo de manipulación mediática, presentarse adjuntando la solución de lo que es el objeto de queja y, por último, la paradójica imposición de que si no está apadrinada por alguna fuerza política debería estarlo y, al mismo tiempo, en caso de que lo estuviera, debería demostrase que la queja no representa una acción encubierta de esa fuerza encaminada a horadar el poder gubernamental.
Resulta evidente la dificultad de satisfacer tal conjunto de exigencias, máxime cuando el mismo destinatario de la queja (el Gobierno) resulta, a su vez, la misma instancia calificadora.
De tal modo, el ciudadano disconforme queda confinado a una especie de cepo psicológico: o bien se abstiene de expresar su insatisfacción o, si decide hacerlo, debe soportar la andanada de descalificaciones que, simplificando, lo sindican como tonto o como malo.
En la medida en que a nadie le gusta ocupar ninguno de esos ingratos lugares, el discurso gubernamental termina —paradójicamente— provocando el escenario más temido: muchos argentinos que vuelven a manifestarse para decir que existen problemas importantes que aún permanecen irresueltos, que varias medidas que toma el Gobierno no los satisfacen y que desean ser escuchados en sus demandas.
Porque no son tontos ni son malos: son simplemente ciudadanos.

sábado, 17 de noviembre de 2012

La protesta calificada y el periodismo militante


Es sabido que el sufragio universal representa un pilar básico de la democracia, en la medida en que extiende el derecho de votar al conjunto de la ciudadanía. Entre otros méritos, el sufragio universal ha convertido en anacronismos históricos principios tales como el voto calificado, que pretendía circunscribir aquel derecho solo a cierta minoría ilustrada.
La última referencia real sobre la necesidad del voto calificado que recuerdo corresponde a una ironía de mítico “Ringo” Bonavena, quien en una de sus típicas humoradas se atrevió a sostener: “El voto no debería ser para cualquiera sino para los que tienen algún criterio. Antes de votar la persona debería explicar las razones de su voto; después una computadora debería analizar esas razones y si determina que el tipo es “un salame” (SIC), entonces le anula el voto”.
Por suerte ya nadie piensa seriamente en votos calificados. Por desgracia, los modernos tiempos Kirchnersitas han instaurado una extraña variedad emparentada a la que cabe denominar protesta calificada. Así —parece razonar la cofradía kirchnerista— para que una protesta califique como atendible para el Gobierno, debe ir acompañada de ciertos requisitos tales como la extracción social de quien la expresa, cierto grado de pureza ideológica,  cierto nivel de coherencia interna, un certificado de autenticidad que garantice que no ha sido forjada por algún mecanismo de manipulación mediática, presentarse adjuntando la solución de lo que es el objeto de queja y, por último,  la paradójica imposición de que si no está apadrinada por alguna fuerza política debería estarlo y, al mismo tiempo, en caso de que lo estuviera, debería demostrase que la queja no representa una acción encubierta de esa fuerza encaminada a horadar el poder gubernamental.
La noche del 8N, Cynthia García, columnista del ultra oficialista noticiero 6,7,8, poniendo en acto el accionar del autodenominado periodismo militante, ofreció una muestra elocuente de la pretensión de que para que una queja ciudadana resulte atendible, necesariamente debe ser calificada.
Munida de cámara y micrófono, la periodista luego de presentarse a los manifestantes como el único medio que les ofrece un canal de expresión (lo cual ya significaba comenzar una confrontación tácita dado que, entre líneas, parecía sugerirse que “los otros medios hegemónicos que a Uds. los influyen aunque no se den cuenta, alardean de escucharlos cuando en realidad no lo hacen”) procedía a interrogar acerca de los motivos por los que cada entrevistado estaba allí. Tal pregunta, que literalmente parecía encaminada a un genuino conocimiento de esos motivos, pronto cedía paso a una caterva de cuestionamientos que revelaban que, más que un genuino esclarecimiento de los móviles de la manifestación, la periodista solo parecía orientada a demostrar que las razones invocadas eran difusas, confusas, irreflexivas o condenables.
Así, la columnista devenida en militante parecía obedecer a un guión de entrevista apoyado en recursos tales como contraponer una información que cuestionaba la razón expresada por el entrevistado, forzar a que éste responda si lo que estaba afirmando representaba un dato o una opinión, propiciar la entrada en contradicción y otros recursos retóricos más emparentados con el interrogatorio y la interpelación, que con alguna mayéutica o herméutica encaminada al develamiento de una verdad.
En otros términos, a Cynthia García, más allá de la alharaca de diálogo y reflexión conjunta que declamaba, no parecía importarle en absoluto la comprensión de los motivos por los que la gente se manifestaba, sino intentar demostrar que esa gente estaba equivocada o que actuaba impulsaba por motivos inconfesables.
Quizás lo más singular y paradójico de la situación fuera que el mismo estilo adoptado por la periodista militante representaba una pequeña réplica del estilo del Gobierno que impulsó en parte concurrir a la marcha. Esa pertinaz idea de arrogarse ser el dueño de una verdad intelectual y moralmente más elevada, con la consiguiente degradación intelectual o moral de quien no acuerda,  resultan motivos más que suficientes para generar una violencia interior que encuentra en la protesta un eficaz modo de canalizarse.
Porque la actuación de Cynthia García no es más que la expresión arquetípica de un personaje que se erige como el privilegiado y poderoso intérprete de una verdad y una ética que ipso facto pretende convertir en tonto o malo a quien no la profesa. Tonto porque carece de motivos claros, coherentes y razonables, o por haberse dejado lavar el cerebro sin darse cuenta.  Malo, por perseguir —de modo secreto o declarado— fines éticamente cuestionables.
Resulta claro entonces que cuando, desde el máximo poder emanado de la autoridad presidencial, se dictamina que una vasta porción de la ciudadanía cercana a la mitad de los argentinos es tonta o es mala (o ambas cosas a la vez); esa ciudadanía no tiene otro camino que rebelarse para decir: “Aquí estoy: no soy tonto, ni soy malo; simplemente soy Argentino y pido ser respetado y escuchado”.
Quizás lo grotesco del episodio arriba analizado radique en que Cynthia García intentó jugar a ser una periodista de élite perteneciente a la vanguardia de los esclarecidos. Pero, tristemente, su actuación semejó más a aquella computadora censurante elucubrada por la febril picardía del mítico “Ringo” Bonavena.

¿Y después qué?: Reflexiones sobre el impacto del 8N


Una primera observación luego del 8N es que se ha asistido a dos hechos tan evidentes como contundentes:
Por un lado, una importante porción de la ciudadanía, cercana a la mitad de los argentinos, ha expresado un profundo desacuerdo con un Gobierno al que le reclama por un conjunto de déficits de gestión que incluyen inseguridad, inflación y corrupción; y, además, le atribuye ser causante de un cercenamiento actual o potencial de las libertades ciudadanas y de intentar perpetuarse a través de una reforma constitucional.
Por otro lado, aparece un Gobierno (acompañado por cerca de un tercio de seguidores firmes) que ha decidido que el reclamo intenso de esa vasta porción no es un hecho al que se deba atender, ya sea porque esas voces demandantes evidencian alguna carencia (no tienen suficiente entidad numérica, son difusas, no exhiben propuestas, no son voces auténticas sino “habladas” a través de medios hegemónicos, carecen de representación política, no entienden el juego de la democracia, etc.) o, simplemente, porque se les atribuye algo cuestionable (perseguir fines sectoriales, ser antidemocráticos, de derecha, oligarcas, frívolos, egoístas, destituyentes, golpistas, etc.)
Tal tensión irresuelta sienta las bases para una escalada simétrica donde cada actor intenta maximizar su posición. Así, la ciudadanía podría razonar que si está vez no fue escuchada, habrá una próxima con mayor cantidad y caudal de voces. Mientras que el Gobierno insiste en que no moverá un ápice su posición porque simplemente actúa en representación de una mayoría del 54% que ya se ha expresado, pero no en la calle sino en las urnas.
En síntesis, hoy se asiste a un dilema de dos actores confrontados donde uno dice: “acá estamos, sumos muchos y queremos cambios”, mientras que el otro retruca: “acá estamos, el pueblo nos votó para que hagamos y profundicemos los cambios que venimos y seguiremos haciendo”
Ante tal estado de situación, la pregunta obligada es ¿Cómo se sale de semejante enredo?. Lamentablemente el intento de responderla conlleva renunciar a las evidencias para adentrarse en el cenagoso terreno de las conjeturas:
Quizás la tensión termine resolviéndose porque la ciudadanía termine abandonando la partida de la protesta para expresarla sobre las urnas. 
Quizás la tensión se resuelva por el advenimiento de alguna nueva primavera de bonanza económica, capaz de morigerar entonces algunos de tantos otros malestares.
Quizás la tensión se resuelva porque, aunque hoy parezca improbable, el Gobierno encuentre el modo de reconciliarse con esa vasta porción de la sociedad con la que ahora aparece enfrentado.
Quizás la tensión no se resuelva, y los argentinos, como tantas veces ya ha ocurrido, terminen por acostumbrarse a algo que les disgusta, pero que no parece tener solución.
Quizás la tensión continúe en aumento y sobrevivan tiempos difíciles.
Quizás sea mejor mantener la calma y pensar que la vida política, como la vida misma, es una constante sucesión de valles y mesetas. Ilusión de que los problemas de hoy ya cambiarán. Hasta que sobrevengan otros, al menos diferentes.

domingo, 20 de mayo de 2012

El sentimiento de inseguridad y la desesperanza aprendida


Ayer, en la localidad de Glew, asesinaron al ex juez de Menores de Lomas de Zamora Raúl Abel Donadío.
Hace unos días se informó sobre el modus operandi de una banda de secuestradores que actúa en la Avda. General Paz, donde habría secuestrado a varios empresarios y al periodista Santo Biasatti.
Hoy trascendió que el actor Antonio Gasalla se iría del país por temor a su seguridad personal.
Y así, todos los días.
En la Wikipedia se define a la indefensión aprendida o adquirida (learned helplessness) como una condición psicológica en la que un sujeto aprende a creer que está indefenso, que no tiene ningún control sobre la situación en la que se encuentra y que cualquier cosa que haga será inútil. Como resultado, la persona permanece pasiva frente a una situación dolorosa o dañina, incluso cuando dispone de la posibilidad real de cambiar estas circunstancias.

Hace algunos años el psicólogo Martin Seligman acuño el término indefensión aprendida o desesperanza aprendida. En un esclarecedor experimento, Seligman expuso a descargas eléctricas ocasionales a dos perros  encerrados en jaulas. Pero mientras uno de estos animales tenía la posibilidad de accionar una palanca con su hocico para detener la descarga, el otro animal no podía hacer nada. El dispositivo experimental determinaba que el tiempo de la descarga fuera igual para ambos animales, ya que ambos la recibían en el mismo momento y que, además, cuando el primer perro cortaba la electricidad, el otro también dejaba de recibirla.
Pudo observarse que, a pesar de experimentar los mismos estímulos aversivos,  la reacción de cada animal fue claramente diferente: mientras el primero mostraba un comportamiento y un ánimo normal, el otro permanecía quieto y asustado.  La conclusión fue simple y contundente: la sensación de poseer algún control sobre la realidad hacía soportable la situación para el primer perro; en cambio el segundo habría aprendido que cualquier acción era impotente para cambiar su realidad.
Seligman fue un paso más allá,  permitiendo que el segundo animal pudiera ahora controlar las descargas. El resultado fue sorprendente: ya era tarde, el perro se mostraba incapaz de darse cuenta de su posibilidad de control y, por ende, continuaba recibiendo descargas sin intentar nada para evitarlo. Su desesperanza aprendida era irreversible.

El Dr. Renny Yagosesky, en un texto sobre Autoayuda y superación personal, señala certeramente que:
“Desesperanza no es ni decepción ni desesperación. La decepción es la percepción de una expectativa defraudada, la desesperación es la pérdida de la paciencia y de la paz, un estado ansioso, angustiante que hace al futuro una posibilidad atemorizante. La desesperanza, por su parte, es la percepción de una imposibilidad de logro, la idea de que no hay nada que hacer, ni ahora, ni nunca, lo que plantea una resignación forzada y el abandono de la ambición y del sueño. Y es justamente ese sentido absolutista, lo que le hace aparecer como un estado perjudicial y nefasto.”
Unos de los grandes enigmas de la opinión pública suele expresarse en la flagrante contradicción que se daría entre la valoración de importancia del problema de la inseguridad y los candidatos que, finalmente, terminan votándose. La pregunta de rutina es: ¿Si la gente dice que su principal problema es la inseguridad, por qué razón termina votando a candidatos que no parecen tener ni haber tenido vocación o eficacia para resolver el problema?
Mi conjetura es que lo que sí ha tenido eficacia es el discurso generalizado en el establishment político que sostiene que el problema de la inseguridad es demasiado complejo de resolver, porque obedece a una pluralidad de causas profundamente arraigadas en un entramado de múltiples interacciones entre factores económicos, históricos, culturales, sociales, psicológicos, ambientales, narcotráfico, etc., etc.
En síntesis, el problema de la inseguridad no se resolvería porque, sencillamente, o es imposible de resolver o nadie tiene la menor idea de cómo hacerlo.
Y así asistimos recurrentemente a fracasos estrepitosos de planes otrora grandilocuentes, que incluyeron mano dura, movilizaciones de la gendarmería, nuevas policías, tolerancia cero, garantismo, comprensión, trabajo social preventivo, etc., etc.; mientras la inseguridad seguía cobrando nuevas víctimas y se sucedían las marchas de Blumberg, las marchas de vecinos, los bocinazos, los padres desesperados llorando a su hijos asesinados y viceversa, junto a otro largo etc.
Y así seguimos entonces. Inermes ante una amenaza oculta que nos puede acechar en cualquier momento, en cualquier lugar, por cualquier razón o sin ninguna razón.
Como el perro de Seligman, quizá la comunidad política ya nos han convencido, sea por su discurso o por la impericia de sus acciones, que no hay mucho que pueda hacerse.
Quizás ya hemos aprendido la desesperanza. Tan cercana a la impotencia. Tan parecida a la resignación.

domingo, 11 de marzo de 2012

Perciben una caída en la imagen de la Presidenta

Perciben una caída en la imagen de la Presidenta
Fuente: Clarín

El Gobierno cerró 2011 con un fuerte respaldo de la población y una sólida imagen positiva. Durante el verano, la política no se tomó vacaciones y surgieron varias noticias desfavorables para la gestión K. Como resultado, a tres meses de haber asumido con el 54 por ciento de los votos, la imagen positiva de la Presidenta bajó unos cuantos escalones .
“Nosotros medimos el apoyo político. En la evaluación de desempeño del Gobierno notamos que en diciembre, cuando asumió Cristina, tuvo 64 por ciento de juicios positivos. Ahora esa valoración bajó al 54 por ciento ”, sostiene Enrique Zuleta Puceiro a raíz de una encuesta que tomó 1.250 casos a nivel nacional. El consultor recuerda que esa baja también la había tenido el ex presidente Néstor Kirchner tras caer en las elecciones legislativas de 2009. Y agrega que el liderazgo de Néstor estaba blindado mientras que Cristina suele tener subas y bajas.
Para Opinión Autenticada, cinco hechos horadaron la imagen de Cristina y de la gestión de su Gobierno: la quita de subsidios en los servicios energéticos, la represión en las manifestaciones contra empresas mineras, las denuncias de corrupción contra el vicepresidente Amado Boudou, la tragedia de Once y las expresiones de la Presidenta frente al reclamo gremial de los docentes.
Al igual que el incendio de Cromañón y el choque del colectivo 92 contra un tren en la estación de Flores, ante la tragedia de Once el Gobierno mantuvo el silencio durante las horas que siguieron al accidente. “Se le realizan tres objeciones. Primero, no haber arbitrado los controles para prevenir ese tipo de accidentes; en segundo lugar, se objeta que, ante la catástrofe consumada, las manifestaciones oficiales oscilaron entre la negación y la ausencia y, por último, se percibe ausencia de vocación para esclarecer las causales del accidente y para realizar una reversión radical de la política de transporte”, percibió la consultora. En una encuesta a 800 ciudadanos de Buenos Aires, Opinión Autenticada percibió que “ el 32,8% de los encuestados manifiesta tener una imagen peor de la Presidenta respecto a la que tenía el 23 de octubre de 2011 ”. El estudio subraya que la imagen de la Presidenta se mantiene sólida pero que se evidencia “cierto decrecimiento en la intensidad de esas percepciones”.
Por último, Management & Fit considera que la imagen de la Presidenta pasó a una “clara señal amarilla”. La consultora que dirige Mariel Fornoni concluyó que “en este año que recién comienza, tres meses parecen un siglo para el Gobierno nacional. De hecho pareciera como si el año ya se hubiera consumido. Demasiados problemas en tan poco tiempo”.
Desde esta consultora notifican una caída en la imagen de Cristina Fernández. En febrero su imagen positiva alcanzaba el 59% y en marzo cayó al 42%. A su vez, en una comparación intermensual, la imagen negativa creció del 22% al 28,9%.

domingo, 4 de marzo de 2012

Frases Twitteras

  • Prospectiva es pensar el futuro para mejorar el presente.
  • Persuadir, convencer, seducir, enamorar. Una buena campaña política o comercial debe aspirar a eso.
  • Toda acción de marketing se orienta al facilitar el encuentro entre la oferta y la demanda, entre la promesa y la ilusión.
  • ¿Necesitás desarrollar una estrategia política, una campaña política o una campaña de comunicación? Consultanos.
  • Formular una estrategia política es ciencia y es arte. Método y saber de artesanos.
  • Ser un buen político arranca con fuerte deseo de cambiar la realidad. Pero un deseo sin estrategia es energía sin cauce.
  • El primer paso de un verdadero estratega de la política es definir objetivos realizables cuya concreción haría la diferencia.
  • La política no sólo es "el arte de lo posible". Es el arte de hacer todo lo posible para lograr lo que parecía improbable.
  • Prospectiva de municipios es pensar en las ciudades del futuro para resolver los problemas de las ciudades del presente.
  • Prospectiva es el arte de pensar escenarios futuros deseables y arbitrar los medios para lograrlos.
  • Gestionar es resolver problemas, pero también preverlos.

La imagen del Gobiernode Cristina Kirchner hoy

Los analistas creen que cambió el clima político y que afecta al Gobierno

Luis Costa, Graciela Römer, Federico González y Enrique Zuleta Puceiro evaluaron el impacto político del accidente de Once, los subsidios y Boudou.

Por Gabriel Ziblat
04/03/12 - 01:17
Los analistas creen que cambió el clima político y que afecta al Gobierno En la calle. Luis Costa, Graciela Römer, Federico González y Enrique Zuleta Puceiro debatieron por más de dos horas sobre los tiempos que se vienen y sus alternativas.
—¿Cambió el clima social en los últimos meses?
GONZALEZ: Creo que hubo un cambio pero no me aventuraría a cuantificarlo. Cualitativamente, pasamos de un momento de euforia triunfalista del oficialismo a un momento de cautela expectante. Hay un clima de fondo de preocupación de lo que está por venir. Y hay muchos puntos que son focos de conflicto.
COSTA: Hoy en el espacio de debate público hay muchísimos más temas que irritarían al Gobierno. No sé si eso implica que hay un cambio de clima. En general, los temas coyunturales aparecen y desaparecen. Lo que termina pesando en la opinión de la gente son temas más estructurales, como la marcha de la economía.
ZULETA: Cristina Kirchner hizo un cambio muy ostensible en sus enfoques políticos. Los vectores que mueven esto son, en primer lugar, un reconocimiento de la crisis, con un intentar extraer un balance positivo y, en segundo lugar, un intento de reconocer que los instrumentos de intervención están agotados aunque hayan producido resultados extraordinarios. Empezó una etapa muy distinta y la gente lo acusó inmediatamente. Cristina Kirchner, desde enero hasta hoy, ha bajado diez puntos su porcentaje de apoyo y unos doce puntos su reconocimiento de desempeño. Sin embargo, los juicios negativos sólo han crecido cinco puntos. Y como gran trasfondo, no hay alternativas políticas.
RÖMER: Creo que el clima político está comenzando a cambiar y me parece que hay un punto de inflexión vinculado a la tragedia del ferrocarril Sarmiento. Las denuncias de corrupción y de mala praxis, que en general en la Argentina no tienen cursos de viabilidad predecibles, sí pueden activar fuerte rechazo social cuando entroncan con cuestiones económicas. Esto conjuga con el impacto de la suba de tarifas que está comenzando a tener en un importante sector de la población.
—¿La tragedia de Once puede ser un punto de inflexión?
G: Depende de la reacción por parte de los familiares de las víctimas y de las acciones que se tomen luego de las pericias judiciales. Lejos de calmar la situación, las expresiones del Gobierno han reavivado el fuego. La ciudadanía esperaba que la Presidenta sacará un as, y no lo sacó, sino que adoptó la lógica de negar el problema.
Z: Cristina puso el tema en un terreno cuyo resultado final, que va a ser ambiguo, lo va a poder capitalizar. Arriesgó, mostró carácter, autonomía de criterio, se enfrentó a los diarios. Yo sería cauto en que entonces va a ser un tema de inflexión.
C: Yo me pondría en una posición intermedia. Como diría Durkheim, la sociedad se indigna con hechos que están en contra de la moral. Hoy lo que está claro es que la sociedad ve el hecho con indignación. Después es el Gobierno el que define la escena.
—¿El Gobierno puede hacer la plancha con este tema?
Z: Eso es lo que no hizo, se hizo cargo.
R: No, yo creo que no se hizo cargo a fondo, sino parcialmente. No hubo en el discurso una Presidenta que asumiera la responsabilidad desde el punto de vista de la administración.
Z: Es que no reconoce esa responsabilidad. Ella divide, polariza. Hay dos ejemplos, el caso Schoklender y la mafia de los medicamentos, en los que se toma el problema, se asume, se digiere y se sale fortalecido.
G: A mí me parece que la comparación con esos casos no es tan representativa como comparar este caso con el de Cromañón. Hubo muchas muertes y para la ciudadanía la percepción es que el Gobierno tiene una responsabilidad.
C: Hay un elemento mucho más amenazante para el Gobierno, que es el impacto de la economía.
Z: El país lleva tres años con una inflación cercana al 25 por ciento, y en ese período se ha fortalecido una legitimación política que jamás se había conocido en la Argentina.
R: Sí, pero porque no impactó en el bolsillo por el aumento de los salarios.
Z: Quiero decir que no siempre la economía es un factor desestabilizante. Es un factor más y hay otros que pueden compensar.
C: El indicador que mejor acompañó el crecimiento de la imagen fue la evaluación que la gente hacía de la economía.
—¿Cómo impactan los siguientes temas en el clima político: tarifas?
G: Cuando esté consumada la quita de subsidios en forma masiva el salario real va a decrecer. Eso es lo que puede determinar el cambio del boom del consumo a un ajuste de cinturones. Cuando eso pasa se tiñe todo lo demás. El tema económico siempre es un ancla.
C: Va a generar impacto, pero mucha gente lo va a poder pagar sin problemas. No sé si va a generar mucha bronca.
Z: El primer reflejo en la Argentina no es de reacción sino de adaptación. El segundo reflejo va a ser buscar si hay alguien que lo pueda hacer mejor.
R: Puede adaptarse, pero no significa que no impacte en los niveles de apoyo.
—¿El caso de Boudou y Ciccone?
G: En el contexto de la bonanza económica no afecta, lo que pasa es que no estamos en ese contexto. Boudou es un personaje emblemático, que siempre representó un ala heterodoxa del kirchnerismo. En conjunción con otras variables, podría transformarse en un ícono moderno parecido a lo que fue María Julia Alsogaray para el menemismo.
Z: La gente está defendiendo la gobernabilidad, y no va a aceptar ninguna evidencia de la realidad que ponga en riesgo eso. Hasta el momento en que una noticia sí va a atravesar la coraza. El tema Boudou hoy está protegido por esta negación de la gente.
—¿Malvinas afecta?
R: No es un tema prioritario. Siete de cada diez personas optan por la opción de buscar caminos de diálogo y consenso frente a la de endurecer. Y la posición de Cristina está bastante en sintonía con esto, salvo algunas pequeñas contradicciones.
C: Distribuyeron la estrategia con los ministros, que son los que pegan.
—¿Minería y el conflicto Famatina?
R: El tema medioambiente no está dentro de los problemas que importan a la opinión pública. Afecta, pero no a nivel nacional.
Z: Es un tema que fortalece al Gobierno, sobre todo de cara al mundo.
G: No es un tema que influya demasiado, salvo que haya una persistencia del conflicto. Además influye negativamente porque es un caso claro de incoherencia con el remanido relato.
—¿La pelea con Macri por el subte?
R: Macri cuando se victimiza le va bien.
C: La gente lo ve como algo ajeno. Se pelean entre ellos.
Z: Ganan los dos. El Gobierno necesita a Macri como opositor y Macri necesita ser la alternativa.
—¿La persistencia del luto y las referencias a “El” le afectan a Cristina?
G: ‘Lo bueno si es breve, dos veces bueno’. ‘Todo en su justa medida y armoniosamente’. Me parece que ya está agotado. Hay un límite muy sutil en el que hay una identificación empática o un efecto de cansancio. Estamos en ese límite.
R: La viudez efectivamente catapultó a Cristina, pero fortalece su posición cuando la sociedad percibió que se pudo hacer cargo y superar el dolor. Eso se mantiene, pero creo que hay cierto límite, que se está alcanzando.