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martes, 26 de junio de 2007

El triunfo de Mauricio Macri y la derrota del oficialismo en Capital. Qué implican y qué no para el futuro político en el corto y mediano plazo

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1. El objetivo triunfo de Macri, la objetiva derrota del oficialismo y la magnitud del cambio en el mapa político nacional

Finalmente la suerte fue echada, lo que era potencial se transformó en acto: Mauricio Macri fue el claro ganador del ballotage y es el Jefe de Gobierno electo de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Recíprocamente, el oficialismo es –objetivamente-el perdedor, en la medida en que su candidato Daniel Filmus fue superado ampliamente por el veredicto de la ciudadanía expresado sobre las urnas. En suma, lo que para el oficialismo era una derrota anunciada se transformó en una derrota certera.
Tanto para el oficialismo, para la oposición, como para el análisis de la opinión pública, se abrirá ahora el debate sobre la magnitud y sobre el alcance de este resultado. Probablemente se especulará acerca de cuestiones tales como el nuevo mapa político, si Mauricio Macri se convertirá o no en el nuevo líder de la oposición, si la oposición logrará o no converger alrededor de alguna candidatura, cuál es el techo de Gabriela Michetti, si “el reinado kirchnerista” está en riesgo, si la derrota del oficialismo obligará o no a abortar finalmente la variante ‘Cristina Presidente’, etc., etc.
Por supuesto, hay un sentido trivial en que la victoria de Macri sobre Filmus por semejante margen significa un cambio. Por cierto, en términos objetivos, el hecho de que por primera vez el destino de la Capital sea regido por un Jefe de Gobierno ni peronista, ni radical (ni apoyado por algunos de esas dos estructuras partidarias), resulta inédito y, por ende, basta en si mismo para justificar la invocación a la categoría de ‘cambio’. No obstante, calibrar los alcances y límites de ese cambio debería ser la tarea del pensador prudente.


2. Sobre el inefable arte de prever el futuro y sus posibles trampas

Prever el futuro es (y ha sido siempre) una importante motivación humana. Y resulta enteramente razonable que así sea, en la medida en que el futuro -sin pretender adentrase en cuestiones filosóficas- no es un entelequia, sino la morada que albergará nuestros próximos días.
Al decir de futuristas y prospectivistas, anticipar el futuro es una especie de sistemática mental, producto de una extraña amalgama entre imaginación, perspicacia y razonamiento probabilístico. Prever el futuro es una tarea ardua, a veces desmesurada, pero, sin embargo, es también una de las grandes tentaciones a los que un pensador le resulta difícil renunciar, máxime si se trata de un analista político o económico.
Ahora bien, dado que muchos nos “auto-condenamos” al incierto arte de la conjetura futurista (encuestadores todos, escuchemos, que a nosotros también va esto dirigido!), conviene que tengamos presente algunos posibles errores. Sin ánimo de soslayar los más complejos, convengamos que, como en otros ámbitos, aquí también existen los errores de omisión y los de comisión.
Los primeros refieren a la dificultad y/o imposibilidad de ver las tendencias que anticipan ciertas señales. En neuropsicología y en psicología cognitiva el tema ha sido profusamente investigado y ha ameritado la conceptualización de un intrigante fenómeno: la ceguera al cambio. En el contexto del análisis político, resulta ilustrativo referirse a la conocida película de Ingmar Bergman “El huevo de la serpiente”, donde, a través de una metáfora (Vg. la transparencia del huevo que permite ver anticipadamente al futuro reptil) se sugiere que quienes hubieran observado detenidamente la realidad deberían haber vislumbrado la dictadura Hitlerista que se avecinaba.
No obstante, en el otro extremo, otro error posible, pero de signo contrario, nos podría estar aguardando: me refiero a la pertinaz propensión a avizorar tendencias donde no las hayo, al menos, al inveterado hábito de amplificar débiles señales hasta construir verdaderos sistemas más cercanos a la fantaciencia que a la realidad. Muchos pueden ser los factores detrás de esta propensión, pero me limitaré a considerar sólo tres: la necesidad de estímulo, el pensamiento quimérico y el horror al vacío opinativo.
Por un lado, movidos por una insaciable sed de cambio, necesitamos permanentemente que algo pase; incluso, a veces, hasta resulta secundario el carácter positivo o negativo de ese algo, simplemente pareciera que cualquier cosa resulta mejor que la agobiante rutina.
En segundo lugar, la confusión entre deseo y realidad probable (núcleo del fenómeno que en psicología del pensamiento se ha dado en llamar pensamiento quimérico) representa otro de los sesgos más frecuentes en la actitud futurista.
Por último, el horror al vacío opinativo (evidente correlato del horror a la página en blanco que acecha al escritor) es esa especie de reflejo cuasi instintivo que obliga a cualquier analista a precipitarse a expresar un juicio prematuro (cuyo correlato mental aún no ha terminado de elaborar) ante la remanida pregunta: ¿Y ahora qué va a pasar?
Aclarado lo anterior, y antes de proceder a analizar las implicancias de los resultados del ballotage en la Ciudad de Buenos Aires, tengamos entonces presente todos aquellos factores que podrían impulsarnos a apreciaciones distorsivas tales como: maximizar la existencia de un nuevo votante, de una nueva política y , sobre todo de un nuevo mapa político. En síntesis, la conciencia de podríamos incurrir en errores por omisión o exageración, debería actuar como un eficaz acicate para no cometerlos.


3. Sobre las implicancias del triunfo de Mauricio Macri: muchas preguntas, muchas especulaciones y pocas certezas

Pregunta 1: ¿Es Mauricio Macri el nuevo Jefe de la oposición?

Razones que avalan una respuesta positiva:
• Evidentemente es el referente de la oposición con mayor legitimidad electoral.
• Resulta claro, además, que tanto para las candidaturas de Roberto Lavagna como (y especialmente) para la de Ricardo López Murphy, cualquier acuerdo electoral con Macri de cara a las presidenciales de octubre resultaría sustancial (e, inversamente, no contar con tal acuerdo, parecería conspirar contra cualquier eventual éxito)
Razones que avalan una respuesta negativa:
• Evidentemente, cuesta imaginar a Elisa Carrió (la antioficialista “tercera en discordia”) alineada con Mauricio Macri.
• No resulta evidente la posible actitud de Macri respecto a compartir su triunfo con sus ‘aliados políticos’. En la medida en que, como expresara claramente Mariano Grondona, Mauricio Macri habría quedado encerrado en una especie de paradoja: cómo virtual líder de la oposición debería dar claras señales respecto a la estrategia a seguir en octubre, lo cual implica que, tal vez, deba realizar definiciones (¿bendiciones?) ungiendo a algún candidato en detrimento de otro; pero, por otro lado, hacer lo máximo para apostar a una oposición ganadora, significaría que él mismo debe auto relegarse a un segundo plano. ¿Es razonable pedir a Macri semejante generosidad?, ¿Puede cualquier mortal que acaba de ser coronado por un triunfo que le demandó tanto esfuerzo, resignarse a pasar a un segundo plano en el mismo momento de alcanzarlo, en aras de de un hipotético bien común?, ¿Se trata de una auténtica disyuntiva entre generosidad y egoísmo, o más debería pensarse que se trata de una simple conjunción entre equidad y auto conservación?

Pregunta 2: ¿El triunfo de Macri favorece o entorpece la cohesión de la oposición?

Razones que avalan la idea de que el triunfo de Macri favorece la cohesión de la oposición:
• Indudablemente, el rotundo triunfo de Macri ha desencadenado -al menos en apariencia- una especie de shock antikirchnerista o, cuando menos, ha derribado el mito de la invencibilidad kirchnerista. Obviamente, eso, en principio, favorecería cualquier estrategia de la oposición, en la medida en que lo que antes parecía poco menos que utópico, ahora se visualiza como razonablemente probable.

Razones que avalan la idea de que el triunfo de Macri entorpece la cohesión de la oposición:
• Sin embargo, todo beneficio tiene su costo. Y en este caso, la cuestión vuelve a ser el dilema (arriba señalado) en que la concatenación de hechos parece haber encerrado a Macri, y que podría sintetizarse así: “Si ayudo a cohesionar a la oposición que ahora dirijo y tengo éxito, me quedó afuera; pero si no ayudo, me debilitó como virtual líder”
• Quizás la manera simple -conciente o inconciente, advertida o inadvertida- que encuentre Macri para dirimir este conflicto, se resuelva en la simple fórmula de “ayudar, pero no demasiado”. En tal sentido, Macri podría preservar su liderazgo como opositor, apostando a que las fuerzas que ahora parece dirigir se fortalezcan, pero no lo suficiente como para destronar a los Kirchner; que, por ende; el kirchnerismo triunfe en octubre, pero por escaso margen; que, en consecuencia, ninguno de los referentes presidenciables de la oposición se posicione como aquel capaz de destronar al Kirchnerismo. Entonces, todas las miradas se dirigirían al propio Mauricio Macri como el único con real capacidad para asestar el golpe letal al enemigo, pero como estaba inhabilitado por tener que cumplir el rol que la ciudadanía porteña lo había conferido, debería sí ser el candidato seguro en el turno apropiado, es decir en 2011. Auque esta posible lógica aparezca como maquiavélica, no deja de ser comprensible en término de aspiraciones humanas básicas.

Pregunta 3: ¿El triunfo de la fórmula Macri - Michetti y el especial rol de ésta última, resultan suficientes como para postularla como candidata a Presidente?

Razones a favor de la posible candidatura a Presidente de Michetti:
• En principio, en la medida en que parte del aluvión Macri vino acompañado del aluvión Michetti y que la alta imagen positiva de ésta constituye un fenómeno singular y de una magnitud tal como no se veía desde hace tiempo, en principio, plantear su candidatura a Presidente, aunque prematura, no parece una empresa del todo descabellada.
• Adicionalmente, el alto nivel de lealtad que parece emanar desde Michetti hacia Macri, podrían constituir la única manera digerible para Macri de apostar a la Presidencia sin salirse del Macrismo. Esto desencadenaría una lógica al estilo de “Michetti al gobierno, Macri al poder.”

Razones en contra de la posible candidatura a Presidente de Michetti:
• Como contrapartida, una eventual candidatura a Presidente de Michetti forzada en el tiempo y emergente de un mandato que la sociedad ha otorgado para otra causa (i.e., la Vice Jefatura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires), podría tener efectos francamente contraproducentes sobre su imagen. Ante la especial mirada de una parte de la ciudadanía podría aparecer cono un gesto de soberbia derivado de una actitud triunfalista (Vg. “Pero esta al final se la creyó”, “Tiene ambición de poder, es como todos”, etc.,)
• Además, independientemente del impacto sobre su imagen, no pocos objetarían su falta de antecedentes en la gestión (cuestión que se le imputa hasta al mismo Macri)
• Por último, la lógica de “Macri al gobierno, Michetti al Poder”, sonaría demasiado perversa para una sociedad que ya ha padecido y recuerda con una alta dosis de negativismo semejante tipo de engendro. Además, también seguiría siendo completamente incongruente respecto a las razonables pretensiones presidenciales del propio Mauricio Macri y no de un alter ego.
• En síntesis, la idea de una candidatura a Presidente de Gabriela Michetti, en primera instancia suena como algo descabellado, luego puede tener algún viso de razonabilidad, pero, finalmente, cualquier análisis más elaborado muestra que, efectivamente, sólo se trata de una idea descabellada, mera amalgama entre especulación desenfrenada y expresión de deseos.

Pregunta 4: ¿El triunfo de la fórmula Macri - Michetti y el especial rol de ésta última, ameritan postularla como candidata a Vice Presidente o a Gobernadora de la Provincia de Buenos Aires?

A diferencia de lo anterior, pienso que estas alternativas son absolutamente viables. Razón por la cual, las analizaré en un próximo artículo.









Soy Federico González

Nueva política, vieja política y antigua política. A propósito de la negativa de Mauricio Macri a debatir con Daniel Filmus - Parte 2

En preparación

lunes, 18 de junio de 2007

Daniel Filmus triunfalista. O de la delgada línea que separa la astucia propagandística de las auto profecías inverosímiles

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Acabo de leer un titular altisonante de la agencia TELAM (puede verse en este link), donde se dice: “‘Estamos convencidos de que el 24 ganamos el ballottage’, ratificó Filmus”.

Como no podía salir de mi perplejidad, leí el artículo entero, para descartar que no fuera cosa de que la frase hubiera sido sacada de contexto. Pero, parece que no; sin ánimo de abusar del juego de palabras, parece que -a veces- lo que parece no sólo parece, sino que es.

En efecto, al interior de la noticia se leen frases que hoy habría expresado Daniel Filmus en un acto proselitista en Parque Lezama, como las que se transcriben a continuación:
“Nos acercamos a Mauricio Macri en las encuestas y estamos convencidos que el 24 vamos a ganar el ballottage."
"La tendencia es que nos estamos acercando, cada día un poco más y realmente estamos convencidos que vamos a ganar el domingo el ballottage y asumiremos el 10 de diciembre.”

Antes de cualquier reflexión lo primero que acude a mi mente resulta trivial: ¿lo creerá seriamente? Tal vez inspirándose en el gran Almafuerte, Filmus esté encarnando aquello de que “no te des por vencido, ni aún vencido”, porque “todos los incurables tiene cura, cinco segundos antes de la muerte”. Pero, sinceramente, cuesta creerlo.

Me resulta más plausible suponer que se trata de un mero artificio propagandístico, basado en la irreflexiva idea de que -cual escenario de guerra, donde la primera víctima es la verdad-, si la gente (cuál gente: ¿toda?, ¿lo que lo ya lo votó?, ¿la que no lo votó y se arrepintió?, ¿la que no pensaba ir a votar?) piensa que Filmus puede ganar, entonces aumentará su predisposición a ir a votarlo.

Pero sea por la razón que fuere que Filmus haya dijo lo que dijo, lo que en estas líneas interesa es analizar sus posible implicancias. Podemos proceder a tal análisis distinguiendo dos niveles:

1. En un primer nivel, cabe considerar cuál es el supuesto grado de eficacia que se desprendería de enunciar predicciones que, prima faccie, se presentan como poco verosímiles. Convengamos que parecería apostarse a una implícita idea que sostendría alguna, varias o todas de las siguientes variantes:
• Esa referida gente tendría una alta aversión hacia los perdedores, de modo que si alguien se muestra como luchador, tal aversión se atenuaría, derivándose entonces un producto final del mensaje que resultaría positivo para la causa de Filmus candidato.
• Asimismo, a modo de inversa de la anterior, se supone que la gente se alinearía mejor con el ganador (tal vez por una especie de identificación narcisista visceral), de modo que al mostrarse así, habría –nuevamente- un efecto positivo para Filmus.
• Adicionalmente, esa misma referida gente (u otra), si bien valoraría su voto como un bien preciado, se resistiría a rifarlo sin más ni más. Esto conduce a la conocida teoría del voto útil, que al margen de sus muchas variantes, básicamente sostiene un principio simple e incontrovertible: “si mi acción no va a tener ningún aporte, entonces ¿para qué realizarla?” (Vg. “Para que voy a ir a votar a este, si igual va a perder; mejor me quedo en mi casa y me veo una buena película o salgo a pasear!”)

2. Si bien resulta evidente que cualquiera de las referidas razones posee alguna lógica intrínseca atendible, no es menos evidente que también presentan algunas problemas, a saber:
• En primer lugar, convengamos que no siempre la gente suele “amar” más a los ganadores fuertes; a veces, sucede lo contrario: amamos a los débiles perdedores (la supuesta identificación narcisista es una fuerza intensa que nos gobierna; pero también nos impele la piedad, que no es otra cosa que desear el bien de quien vemos sufriendo)
• Recíprocamente, aquí también aparece una contrapartida simétrica del anterior argumento: a veces la gente detesta a los triunfalistas, y más aún a los que se venden como tales, es decir a los que en el lenguaje popular se tilda de “fanfarrones” (o es alguna novedad que una de las críticas más despiadadas de los argentinos sobre los propios argentinos se centra en nuestro capital pecado de soberbia”)
• Un ejemplo muy elocuente de la verdad conjunta de las dos consideraciones anteriores puede rastrearse en la historia de uno de los mayores grandes ídolos deportivos nacionales. Me refiero al caso de “Ringo” Bonavena. Los memoriosos del box recordarán que hasta antes de su dura derrota ante el mismísimo Cassius Clay, nuestro “Ringo” simbolizaba sí, al loco lindo argentino, al pícaro sinvergüenza, a los ravioles dominicales en la casa de Doña Dominga (su mamá), etc.; pero había un problema: la mitad del país lo amaba por todo eso; pero la otra mitad lo odiaba, porque “Ringo” también simbolizaba al fanfarrón, al chanta y al ególatra. ¿Pero cuando se convirtió entonces el inefable “Ringo” en el ídolo de multitudes que fue?: cuando perdió. Si, a la gente le dio lástima ver a ese grandote con cara de nene vapuleado sobre la lona: y a partir de ese momento lo amó y le perdonó todos sus anteriores excesos. Fue recién antes, y no antes, en que Bonavena dejó –para la mitad que lo odiaba- de ser el chanta fanfarrón para pasar a ser el loco lindo querido y entrañable que finalmente fue.
• Respecto a la teoría del voto útil, ésta sencillamente desatiende a un hecho básico: auque el argentino despotrique de la política, aunque sea el artífice del “que se vayan todos”, aunque siempre se insista en que “esta vez la gente fue menos a votar”; lo cierto es que los índices de concurrencia siguen siendo altos. No es este el espacio de considerar si la razón profunda de lo anterior radica más en un sentimiento de civilidad “ancestral”, o en la idea de se trata de un deber que si se viola traerá algún trastorno futuro (dificultades en trámites, multas, etc.), pero lo cierto es que la gente concurre mayoritariamente a votar. Y, una vez dentro del cuarto oscuro, ¿qué sentido tendría votar por quién uno quiere menos (u odia más), cuando puede hacerlo por uno que quiere más (u odia menos), más allá de las chances de ganar o perder que se le atribuya?. Sencillamente, el problema es que la teoría del voto útil, cuando se aplica, se aplica mejor a comicios abiertos (de primera vuelta o sin ballotage), pero parece exagerado pensarla para un ballotage.

3. Pasemos entonces a considerar el segundo nivel de implicancias de las referidas aseveraciones de Filmus, objeto de este artículo. Me refiero a las consecuencias emocionales derivadas de un estrepitoso fracaso, luego de haber previamente anunciado un triunfo fallido. ¿por qué alguien supuestamente racional (¿los políticos?) estaría dispuesto a correr semejante riesgo. ¿Cómo es posible que, aunque más no sea a modo de primitivo mecanismo de defensa, no funcione un operador de prudencia que inhiba el aseverar predicciones francamente improbables ante la evidencia acumulada, tal como las que se vienen analizando? Francamente, no tengo ninguna explicación al respecto más que insistir en la pertinaz insistencia de la mente humana a operar con torpeza en lugar de hacerlo con mesura.

Nota: Un último agregado. Quizás donde se evidencie de modo más palmario esa pertinaz irracionalidad con la que se concluyó es al observar la conducta de negación absurda que tienden a adoptar los candidatos derrotados al cierre de los comicios, cuando insisten en autoproclamarse ganadores, aún a sabiendas de que los estudios de boca de urna ya los muestran como perdedores o. al menos, en situación sumamente comprometida. Mi mente no puede dejar de pensar en esta figura: temporariamente desconectados de la realidad, creen que todavía siguen en campaña y que sus realmente estériles balbuceos finales podrán mágicamente torcer los millones de voluntades que ya se han manifestado sobre las urnas. Tal vez, entonces, en algún sentido, todo político sea un especie de Quijote moderno que los humildes ciudadanos no alcanzamos a comprender. O tal vez, sea sencillamente necedad.



















Soy Federico González

miércoles, 13 de junio de 2007

Algunas razones por las que el Presidente Néstor Kirchner podría insistir en una estrategia de antemano condenada al fracaso

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1. Un escenario con tres actores

El proceso del ballotage ya está en marcha y las estrategias de las respectivas campañas parecen ir consolidando su perfil diferencial:
Por un lado, Mauricio Macri insistirá en enfatizar sus propuestas y no enredarse en replicar agresiones; por el otro, Daniel Filmus intentará transmitir que, en ultima instancia, lo que está en juego son materializaciones en el plano de la ciudad de dos modelos antagónicos de país.
Por cierto, esta descripción resulta incompleta si no se considera el rol del Presidente Kirchner, quien se encargará de llevar a nivel de paroxismo maniqueísta la antinomia “Filmus o la Tragedia” (léase “Yo, el Presidente Kirchner, el amigo del pueblo, el salvador; ó Ellos, los Macri, los Menem, los ’90, los depredadores del país, los hambreadores del pueblo, etc.”)

2. Éxitos superficiales y fracasos estructurales

Es sabido que penetrar la mente del otro es una tarea imposible. No obstante, también resulta imposible renunciar a las conjeturas.
Nadie podrá saber a ciencia cierta si Kirchner ya se ha arrepentido de no haber llevado a cabo la estrategia más simple para obtener un buen resultado en la ciudad. En efecto, tanto el análisis político más básico como el sentido común indican que -cuando era oportuno y posible- Kirchner debería haber apoyado a Telerman. Muy probablemente, ahora se estaría mucho más cerca de celebrar un nuevo éxito del Presidente, en lugar de estar analizándose cual será la mejor carpeta para pergeñar la campaña sucia más eficiente para desbancar a Macri.
Por cierto, tal vez nadie comprenda cabalmente por qué el hecho aparentemente nimio de un encono personal desde Alberto Fernández hacia Jorge Telerman, terminaron en un plan de acción táctica donde primero se debía demonizar al Jefe de Gobierno, para luego dar la estocada final contra Macri. Lo cierto es que, al modo de aquellos estrategas de salón que nunca sintieron el olor a pólvora, lo que esa intelligenzia esclarecida no pudo prever es que esa táctica no resultaba inocua, en la medida en que los dardos venenosos contra Telerman tuvieron como efecto secundario dotar a Macri de suficientes anticuerpos como para afianzar su figura.
De modo, que la brillante táctica de ganarle a Telerman para luego desbancar a Macri, semeja más a una victoria pírrica que, encima, esconde una derrota anunciada.

3. Los dilemas o las certezas del Presidente (1)

¿Se preguntará el Presidente ¿“cómo llegamos a esto”?. ¿Se preguntará cómo es que “se hicieron tan bien las cosas” que ahora, en el ballotage, habrá que remontar la friolera de una desventaja de 22 puntos, que encima podría llegar a ser mayor?
¿O tal vez, piense que la estrategia está marchando bien, que se ganó la primera batalla y que ahora viene la epopeya de la segunda? ¿Será el Presidente un mesiánico que cree en su omnipotencia y que ésta se basa en la grandeza de un Ideal? ¿O, simplemente, le gustarán los grandes desafíos, esos que impregnan la atmósfera de adrenalina?
¿Será Kirchner un auténtico estratega que piense en términos de metas y calcule que un escenario probable es que Filmus no ganará, pero perderá por mucho menos que los actuales 22 puntos (i.e. 55% a 45%) de modo que una derrota formal equivaldría psicológicamente a una victoria emocional para la verdadera causa de Octubre (Vg., “Bueno, después de todo –de caras a Octubre-no está tan mal haber alcanzado 45 puntos en un distrito como Capital, históricamente adverso).

3. Estrategias pseudo-inteligentes que producen resultados contrarios a los buscados

“El sueño de la razón produce monstruos”, además de la magistral pintura de Goya representa una de esas frases rebosantes de sutileza y ambigüedad, porque puede tanto significar que la razón dormida permite que emerjan los monstruos de la sinrazón, como lo contrario, es decir que las ilusiones de hiperracionalidad resultan, a la postre, quienes engendran aquellos monstruos.
Más allá de que se acuerde o no con sus conclusiones, lo cierto es que una serie d estudios posteriores a la primera vuelta concluyen en que una importante porción del 45% de quienes votaron a Macri lo hicieron porque éste representaba una alternativa de cambio con la consiguiente promesa de mejora en su calidad de vida. Sin embargo, para el kirchnerismo (y, por cierto, para otra porción de la ciudadanía porteña) un Macri con 45 puntos representa una especie de monstruo que convendría debilitar.
Según muchos analistas de política internacional, Saddam Hussein habría sido un invento de los EUA para atemperar la amenaza que Irán simbolizaba en los ´80, pero que luego se desmadró y -cual efecto boomerang- se vino en contra de sus mentores. Por cierto, no se pretende ni de lejos insinuar que –para el kirchnerismo– Macri sea una especie de Hussein, ni tampoco que el kirchnerismo tenga algún parentesco con los EUA (más bien, debiera sostenerse lo contrario); pero la analogía sí pretende ilustrar lo fallido de aquellas estrategias políticas que por querer evitar un supuesto mal terminan produciendo uno mayor.
Ante esa lógica se justifica este interrogante: ¿Es el kirchnerismo y sus excesos de estrategias -supuestamente inspiradas en análisis políticos racionales, pero en verdad meras expresiones de una propensión congénita hacia un triunfalismo estéril- el responsable de haber engendrado el fantasma de de un Macri arrasador que se va a llevar puesto todo?

4. El espacio de posibilidades en la estrategia del Presidente:

Agradable o no, la realidad es lo que es: Macri sacó 45 puntos y Filmus 22. Entonces: ¿qué podría hacer el Presidente y qué le convendría hacer?
En términos de teoría de juegos, el árbol de posibilidades para Kirchner presenta una estructura más bien simple, de dos niveles: en el primero y principal, las opciones son jugar o no jugar, en el segundo (esto es, si decide jugar) pareciera que puede hacerlo a tres niveles de intensidad: débil, moderado o fuerte.
Aclaremos el significado de lo anterior: en un primer nivel, el oficialismo podría decidir levantar la candidatura de Filmus (no jugar), o continuarla (jugar); en un segundo nivel, dado que la candidatura se mantendrá firme y Filmus se presentará al ballotage, Kirchner podría: a) acompañar dicha candidatura de modo tibio y casi imperceptible, arguyendo su no ingerencia en los problemas locales (jugar débil); b) apoyarla claramente pero sin “jugarse” personalmente ni agredir a Macri (jugar moderado); o, c) involucrarse como si se tratase de una causa propia, nacionalizando el problema y adoptando el sello kirchnerista más típico, es decir: discurso fuerte, agresión al adversario, oposición al modelo de los ´90 etc. (jugar fuerte).
Yendo al meollo de la cuestión analicemos entonces por qué Kirchner estaría “condenado” a jugar de un determinado modo:
En primer lugar, ¿que pasaría si Filmus se bajara de la candidatura? La respuesta es sencilla y casi trivial: si Kirchner consistiera a eso terminaría haciendo una especie de “la gran Menem”, en referencia a cuando el riojano se bajó del ballotage en las presidenciales de 2003. De modo que esta rama le está imposibilitada a Kirchner, no sólo porque significaría sellar la derrota en Capital, sino por algo más vasto: ante la opinión pública el Presidente aparecería como responsable del mismo acto de cobardía que le endilgó a Menem cuando en su famoso discurso del 14 de mayo de 2003 dijo que éste “huyo como las ratas” (sic).
Evidentemente tener que jugar no prescribe necesariamente el modo. Pero, para el oficialismo, lo complicado de la situación es que parece que cualquiera de las tres alternativas presentan claras ventajas y desventajas:
a) Que el Presidente se corra a un costado y deje a Filmus librado a su propia suerte parece chocar contra la premisa que rezaría: “Ante un meta extraordinaria (remontar 22 puntos) son necesarios esfuerzos extraordinarios”. Y un esfuerzo extraordinario implica la colaboración de todos, con el Presidente a la cabeza.
b) Que el Presidente se involucre personalmente apoyando firmemente a Filmus, pero adoptando un discurso más parsimonioso y sereno, menos confrontativo, más cercano a lo que se esperaría de un estadista inserto en una ética republicana y, por ende, menos propenso al estallido pasional y a la diatriba contra sus oponentes, etc; resultaría sin duda –conforme a lo se desprende permanentemente del gran cúmulo de análisis de opinión pública- la estrategia óptima en cuanto a efectividad. Pero, sin embargo, choca con un pequeño gran problema: para ejecutarla habría que dejar de ser Kirchner. En otros términos, quién podría encarnar semejante discurso sería otro presidente, pero nunca el Presidente Kirchner.
c) Finalmente, en contraposición, que el Presidente encare su apoyo a Filmus como ya ha comenzado a hacerlo, es decir jugándose como si se tratase de su propia causa, nacionalizando la contienda, atacando con extrema dureza a Macri, consintiendo que desde su entorno se despliegue toda la parafernalia de una campaña sucia, etc.; no parece ser la opción más efectiva, pero tiene una ventaja superlativa: parece ser la única cuyo ejercicio verdaderamente agrada ejercitar al Presidente.


5. Por qué el Presidente Kirchner está condenado a elegir jugar con cartas riesgosas que tienen mayores posibilidades de perder

Arribamos finalmente al núcleo del presente análisis. La pregunta del millón sería entonces por qué alguien elegiría utilizar una estrategia peor cuando puede escoger una mejor. Por supuesto, la primer respuesta resulta tan ociosa como trivial: simplemente alguien usará la estrategia que él crea que es la mejor, más allá de que lo sea realmente.
De modo que eso obliga a cambiar la pregunta: ¿Por qué el Presidente Kirchner, contrariando a todos los datos provenientes de los análisis de opinión pública, no puede asumir que un cambio en su estrategia discursiva, basado en atenuar los aspectos más ríspidos a favor de los más moderados, le resultaría claramente favorable? Bosquejaremos los factores que, a nuestro entender, constituyen los principales:
1. El primero, refiere al éxito pasado: evidentemente el Presidente cuenta con un vasto historial de triunfos en su carrera política coronado en muchos actos electorales. En tal sentido, una lógica simplista justificaría el hecho que se intenta explicar: “¿si siempre me fue bien así, por qué debería cambia ahora?” Sin embargo, como es sabido, ningún éxito es eterno y el Presidente también ya contabiliza en su haber importantes y resonantes fracasos: el revés de su casi incondicional apoyo al intento reeeleccionista de Rovira en Misiones a manos del -hasta ese entonces ignoto- Obispo Pigna, y el magro tercer puesto de Rafael Bielsa en las Legislativas de 2005, a manos -precisamente- de Macri y de Carrió.
2. Es aquí donde cabe invocar un segundo factor que explicaría por qué Kirchner propendería a no adoptar la estrategia óptima. Un principio básico de psicología del aprendizaje sostiene que aquellas acciones que contribuyeron a éxitos iniciales en una serie de acontecimientos, tenderán a repetirse a no ser que existan demasiadas evidencias de fracasos posteriores. El jugador que necesita seguir perdiendo más de la cuenta hasta encontrar su freno en razón de haber sido originariamente premiado en una vasta primera racha con la suerte del principiante, ilustra claramente la existencia de tal principio.
3. Existe otro principio, en este caso inspirado en la psicología del pensamiento, que parece aplicarse claramente al análisis del presente tema, a modo de un tercer factor explicativo. Muchos estudios han demostrado un interesante fenómeno al que bautizaron como fijación funcional y que refiere a la pertinaz tendencia de la mente humana a ensayar los mismos procedimientos a situaciones a la vez parecidas pero evidentemente diferentes a las que se aplicaron exitosamente. Tal vez el presidente Kirchner se maneje con la certeza de que la insistencia de contraponer su gestión a la de los ’90, le generará los mismos dividendos que le permitieron derrotar por “apabullante abandono” (en palabras del entonces Presidente Duhalde) al devastado Menem de mayo del 2003. Y tal vez sea especie de convicción a-reflexiva lo que le impida discernir tanto que el Macri de 2007 (con una base de 45% de votos efectivos) resulta evidentemente diferente a ese Menem de 2003, aún cuando desde una visión simplista basada en las hoy precarias categorías de izquierda y derecha se puedan igualar; como que una elección porteña es distinta a una nacional y que él es un posible candidato a presidente, pero no a Jefe de Gobierno.
4. Por último, un cuarto factor, realimenta a los anteriores confiriendo fuerza final a la decisión del Presidente de adoptar estrategias problemáticas cuando tendría a mano caminos más eficientes. Nos referimos al fondo omnipotente que parece conferir un sello distintivo a su figura de político. Evidentemente, una retrospectiva histórica revela que resultan más frecuentes los ejemplos de liderazgos fuertes en personalidades similares, que ese mismo estilo de liderazgo en personalices mesuradas. Pero lo que también revela el análisis histórico son los abundantes ejemplos de lo que cabe conceptualizar como la inexorable parábola de los poderosos, y que expresado de modo simple refiere a que la fortaleza arrolladora que lleva a un político a erigirse en líder, a veces suele ser la misma que, luego, lo lleva a su estrepitoso fracaso.
5. Tal vez, la mejor síntesis que condensa el presente análisis pueda expresarse en la conocida alegoría del escorpión y la tortuga: Un escorpión implora a una tortuga temerosa a que lo ayude a cruzar un río en el que teme naufragar. La tortuga , profundamente desconfiada, se niega a colaborar aduciendo que el escorpión terminará clavándole su aguijón. Finalmente, la tortuga cede ante las promesas del escorpión -basadas en que éste no se animaría a hacer algo que en definitiva atentaría contra su propia supervivencia- y decide ayudarlo. El final está cantado: antes de arribar a la orilla salvadora el escorpión mata a la tortuga, con lo cual se terminará suicidándose a si mismo. Ante la perplejidad de la tortuga moribunda que interroga ¿por qué lo hiciste?, las últimas palabras del escorpión son su justificación y su epitafio: porque estaba en mi naturaleza.
6. Como lo saben los buenos cultores del yudo, a veces la mejor estrategia es dejar que la fuerza del otro se vuelva en su contra. En términos de adagios orientales, una conocida máxima expresa que “si fuerzas algo hacia un fin, produces lo contrario”. Y en términos de mitos universales hay héroes que pretendiendo escapar a su destino terminan realizándolo. Si, luego de padecer una campaña feroz liderada por el Presidente Kirchner, en el ballotage del 24 de junio Mauricio Macri terminara erigiéndose en Jefe de Gobierno con una aplastante victoria, tal vez alguien consuele al Presidente diciéndole que al menos lo hizo a su manera. Mientras, Néstor Kirchner tal vez no pueda dejar de pensar cómo un aparentemente nimio encono hacia Jorge Telerman por parte de un funcionario transmutó en un fracaso estrepitoso lo que, probablemente, habría sido un éxito seguro. Pero ya será tarde.



























Soy Federico González

A cuatro años de la renuncia de Menem al ballotage con Kirchner - Publicación de un trabajo inédito en respuesta a Carlos Acuña

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¿Por qué Menem desistió de participar en el ballotage?
Cuando las razones superficiales pueden también ser profundas
Lic. Federico F. González

En su nota aparecida en “Tribuna abierta” del 16 de Mayo, su autor, Carlos Acuña, sostiene que, contrario a lo que se venía insistiendo, la aversión a perder por parte del ex presidente Carlos Menem sería una razón superficial para explicar su renuncia al ballotage; mientras que el análisis de la Economía Política proveería una explicación más acabada. En palabras del autor “se han dicho muchas cosas respecto a las razones de Carlos Menem para renunciar a participar del ballotage, en general centradas en su falta de disposición a perder, ya sea en el golf, en el tenis o en una elección presidencial. Sin embargo esta lectura es incompleta, superficial”. Por el contrario, agregaba Acuña, la tesis fundada en la Economía Política, afirmaría que “en función de sus intereses, era casi imposible que Menem se mantuviese en carrera, y no por la posibilidad de perder sino por la casi imposibilidad de hacer política a partir del 26 de mayo”. En otros términos, puesto a escoger entre dos escenarios negativos, el ex presidente habría elegido renunciar pensando que, a la larga, eso es lo que lo dejaría con mayores chances para continuar su carrera política.
No es el propósito del presente análisis negar el valor explicativo de dicha tesis (que por cierto en su desarrollo contenía pasajes de real interés cuyo tratamiento desborda esta nota), pero sí destacar que a veces las razones que parecen superficiales pueden resultar decisivas.
Convengamos que, en primera instancia, el problema bajo discusión es hasta qué punto la necesidad de Menem de nunca ser derrotado en una elección presidencial fue la determinante de bajarse del ballotage. En tal sentido, resulta claro que su eventual aversión a perder al golf o al tenis, sí parecen ser cuestiones superficiales. Pero, de un modo más general lo que pareciera discutirse acríticamente, aunque de un modo más velado, es la incidencia de los superficiales motivos pasionales, por sobre las verdaderas causas racionales de las que el análisis de la Economía Política daría cuenta; como si las pasiones no pudieran a su vez convertirse en razones y cómo si el análisis racional no pudiera, también, deliberar sobre los costos-beneficios de actuar o inhibir ciertas conductas eminentemente pasionales. En última instancia, se trata aquí de legitimar la importancia causal de pasiones tales como rivalidades, odios, traiciones, temores, lealtades, revanchas y esperanzas, a la hora de tener que arribar a una decisión política tan drástica como dramática[1].

Menemismo y personalidad menemista
Adentrándonos en el análisis, en primer lugar, señalemos algo que aunque resulte obvio no debe soslayarse: no es posible entender la política memenista, ni la cultura menemista, ni, por fin, al menemismo, sin entender al mismo tiempo la personalidad de Carlos Menem. Seductor, carismático, poderoso, líder, ganador, exitoso, autosuficiente, egoísta, ególatra, perseverante, conductor, invulnerable, trasgresor, narcisista, mesiánico, etc.; podrían figurar en el vasto catálogo de adjetivos sobre el que seguidores y detractores podrían escoger para trazar el perfil más ajustado a su amor o a su rechazo. Es claro también que el significado más cabal de este repertorio surge cuando se aplica a alguien que hizo de la política su principal pasión en la vida.
Lo que sigue consiste simplemente en el intento de mostrar cómo estos aspectos, supuestamente superficiales, constituyen parte importante de la explicación de su renuncia al ballotage.

Mesianismo, invulnerabilidad y trasgresión
Alguien que se cree casi invencible, que se jacta de nunca haber perdido una elección (“todavía sigo estando invicto”), que se considera a sí mismo una especie de predestinado, que basa parte de su discurso en sentencias bíblicas (“síganme, que la estrella de Carlos Menem los acompañará”), no puede consentir perder, bajo el riego de dejar de ser quien es. El caudillo riojano hizo de su éxito político su autorrealización personal. Y su éxito político no surgía de cualquier modo, si no de la especial relación, imaginaria o real, con un pueblo que mayoritariamente expresaba su aprobación (o su amor, en la vertiente mesiánica) a través del voto (“la voz del pueblo es la voz de Dios”). De tal modo, resulta enteramente razonable imaginar a un Menem cavilando en que si la fatídica presunción del “ya no me siguen” se transformara en una lapidaria realidad, entonces “ya no seré el que soy” (triunfador, invulnerable, etc.). Porque, cómo decía el poeta Antonio Porchia “quien hace un paraíso de su pan, de su hambre hará un infierno”, o porque, tal vez el infierno tan temido era, como reza la letra del tango “la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”.
Como si todo esto no bastara, aparece la figura del Presidente Eduardo Duhalde. Quienquiera que adopte una posición mesiánica no puede tolerar la osadía del enfrentamiento de alguien que otrora fue un seguidor y al que se cree haber habilitado en la gravitación política. Deslealtad y traición son epítetos insuficientes para caracterizar lo que, desde la lógica cuasi mesiánica, aparece como un verdadero sacrilegio. De modo, que la inminente derrota de las urnas no sólo representa la frustración del sueño presidencial, sino la humillación de ser infligida por parte del “hereje” que se atrevió a semejante desafío.
Sin embargo, a la voluntad de no perder todavía le falta la excusa, porque un abandono sin explicación satisfactoria puede significar una derrota peor que la derrota misma de las urnas. Es también aquí donde entraría a jugar, otra faceta distintiva del mesianismo: la idea de estar por encima de la ley, o cuando menos, la permanente tentación de acomodar la ley a los antojos personales. Si la ley, como instancia formal, se opone al designio, cuyo valor sería superior, entonces la salida lógica es deslegitimarla negándose a jugar la juego.
En síntesis, en la fatal disyuntiva presente en la figura de la derrota por abandono o por knock out, el sueño presidencial ya estaba perdido. Abandonar, pudo haber sido entonces el mejor modo de preservar la herida narcisista que habría surgido al perder el invicto a manos del eterno archirrival y, por ende, comprobar inexorablemente que ya no era el elegido del pueblo. Y, quizás, al constituir un acto de quien sintiéndose por encima de la ley puede desconocerla y asumir la potestad del juego, era el único modo de seguir siendo Menem.

Suicidio y homicidio
Otra línea de posibles explicaciones pasionales apelan a las figuras -metafóricas por cierto- del suicidio y (las más osadas) del suicidio acompañado de homicidio. Como ejemplo de las primeras, Sabat nos muestra a un Menem sentado en una silla eléctrica pulsando un botón que acciona sobre sí mismo. Como ejemplo de las segundas, el diario El País de España tituló así su nota sobre el episodio que se viene analizando: “El caudillo que quiso morir matando”. Expresiones como “pateó el tablero”, “tiró del mantel antes de irse”, “se llevó la pelota de la que se creía dueño cuando el resultado del partido era inevitable”, fueron las versiones más coloquiales que intentaban denotar el carácter dañino con que, en un acto de desesperación final, habría actuado el ex presidente.
Un conocido principio del psicoanálisis sostiene que “todo suicidio es un homicidio”, en la medida en que detrás del suicidio lo que se buscaría es escarmentar a otro que en vida no fue capaz de cuidar a quien decide el trágico acto. Sin embargo, la versión que circuló al conocerse la noticia de la defección era más drástica: ya que debía “morir”, deliberadamente Menem buscó dañar a sus adversarios, devenidos ya en enemigos, para lo cuál no escatimó el mal que podía propinar a las instituciones mismas. La lógica perversa aquí presente sería “si no puede ser mío, entonces que no sea de nadie”. Para comprender esto, otra referencia psicoanalítica puede resultar ilustrativa; me refiero a la reinterpretación del conocido juicio de Salomón. En la versión bíblica dos mujeres (una de las que acaba de perder a su hijo) disputan la maternidad de un niño. Para zanjar el problema el rey ofrece partir al niño en dos pedazos, cuestión a la que una de las mujeres asiente y la otra no. De este modo Salomón puede descubrir a la verdadera madre en aquella que con tal de no sacrificar a su hijo, está dispuesta a sacrificarse ella misma en su rol de madre. En la interpretación freudiana, el rey podría haber arribado al mismo resultado, pero descubriendo a la falsa madre, encarnada en aquella dispuesta a sacrificar al hijo ajeno como único modo de equiparar el dolor por la pérdida del propio.
La sentencia “que Kirchner se quede con el 22%, yo me quedo con el pueblo”, es tanto la expresión visible de un consuelo secreto, como la plasmación del egoísmo destructivo que ante la impotencia de ver frustrado el deseo propio no escatima el riesgo de poner en peligro el bien común, con tal de que el otro también vea frustrado su deseo.

Agentes mentales y sujetos plurintencionales
¿Pero en definitiva, por qué Menem se bajó del ballotage? Para ensayar una respuesta conviene repasar dos posibles imágenes sobre nosotros mismos. En una de éstas, preferimos vernos como seres unitarios y con unidad de propósitos. Sin embargo, muchas veces nos comportamos cómo si dentro nuestro habitara una multitud formada por individuos con metas disímiles, a veces convergentes y a veces antagónicas. Quizás cada uno de esta especie de microagentes mentales actúe en pos de su objetivo preferencial y siguiendo una lógica inexorable. Desde tal perspectiva, una decisión compleja no sea sino la resultante de una lucha incesante de agentes interiores, en la que finalmente se decanta un resultado. En los días febriles que precedieron al hecho político más traumático de los últimos tiempos, un observador externo habría visto discusiones acaloradas entre grupos que argumentaban racional o pasionalmente sobre los costos y beneficios de seguir o abandonar. Por su parte, un “observador” de lo interno, preferiría imaginar de qué modo diversos agentes mentales libraban al mismo tiempo una batalla interior no menos feroz y encarnizada. Así, podría haber entrevisto cómo el agente “rivalidad con Duhalde”, regido por la simple lógica “mientras no gane Duhalde, todo vale”, entablaba una lucha sin tregua con el agente “valentía”, regido por una regla tan clara como “Menem nunca le tuvo miedo a nada”; al tiempo que el agente “exitismo electoral” regido por el principio “nunca perdí una elección, cualquier cosa es mejor que perder una elección”, junto al agente “yo soy la ley, y por lo tanto puedo cambiarla”, zanjaban a su favor y, por ende, precipitaban el desenlace final.
Seguramente, nadie puede saber a ciencia cierta lo que pasa por la mente de un hombre cuando debe afrontar un dilema como el que nos ocupa. Pero convengamos que también resulta extraño suponer que todas las vicisitudes de una decisión traumática pueden ser resumidas bajo la escueta fórmula de maximizar el beneficio, sin considerar que parte substancial de lo que pugnamos por maximizar se deriva de pasiones tan humanas y conocidas como las que hemos intentado destacar.


Federico F. González
Licenciado en Psicología UBA
Director del Programa de Actualización en Psicología y Opinión Pública, Secretaría de Posgrado, Facultad de Psicología, UBA


[1] Además, no necesariamente debería haber contradicción entre la motivación intrínseca de negarse a perder ahora y la motivación funcional de negarse a ser derrotado en el presente como un modo de evitar mayores pérdidas futuras: en efecto, bien podría ser que Menem difícilmente habría consentido ser derrotado del modo en que se presagiaba, pero además pensó que dando un paso al costado era la mejor manera de preservar su vida política.






















Soy Federico González