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sábado, 17 de noviembre de 2012

¿Y después qué?: Reflexiones sobre el impacto del 8N


Una primera observación luego del 8N es que se ha asistido a dos hechos tan evidentes como contundentes:
Por un lado, una importante porción de la ciudadanía, cercana a la mitad de los argentinos, ha expresado un profundo desacuerdo con un Gobierno al que le reclama por un conjunto de déficits de gestión que incluyen inseguridad, inflación y corrupción; y, además, le atribuye ser causante de un cercenamiento actual o potencial de las libertades ciudadanas y de intentar perpetuarse a través de una reforma constitucional.
Por otro lado, aparece un Gobierno (acompañado por cerca de un tercio de seguidores firmes) que ha decidido que el reclamo intenso de esa vasta porción no es un hecho al que se deba atender, ya sea porque esas voces demandantes evidencian alguna carencia (no tienen suficiente entidad numérica, son difusas, no exhiben propuestas, no son voces auténticas sino “habladas” a través de medios hegemónicos, carecen de representación política, no entienden el juego de la democracia, etc.) o, simplemente, porque se les atribuye algo cuestionable (perseguir fines sectoriales, ser antidemocráticos, de derecha, oligarcas, frívolos, egoístas, destituyentes, golpistas, etc.)
Tal tensión irresuelta sienta las bases para una escalada simétrica donde cada actor intenta maximizar su posición. Así, la ciudadanía podría razonar que si está vez no fue escuchada, habrá una próxima con mayor cantidad y caudal de voces. Mientras que el Gobierno insiste en que no moverá un ápice su posición porque simplemente actúa en representación de una mayoría del 54% que ya se ha expresado, pero no en la calle sino en las urnas.
En síntesis, hoy se asiste a un dilema de dos actores confrontados donde uno dice: “acá estamos, sumos muchos y queremos cambios”, mientras que el otro retruca: “acá estamos, el pueblo nos votó para que hagamos y profundicemos los cambios que venimos y seguiremos haciendo”
Ante tal estado de situación, la pregunta obligada es ¿Cómo se sale de semejante enredo?. Lamentablemente el intento de responderla conlleva renunciar a las evidencias para adentrarse en el cenagoso terreno de las conjeturas:
Quizás la tensión termine resolviéndose porque la ciudadanía termine abandonando la partida de la protesta para expresarla sobre las urnas. 
Quizás la tensión se resuelva por el advenimiento de alguna nueva primavera de bonanza económica, capaz de morigerar entonces algunos de tantos otros malestares.
Quizás la tensión se resuelva porque, aunque hoy parezca improbable, el Gobierno encuentre el modo de reconciliarse con esa vasta porción de la sociedad con la que ahora aparece enfrentado.
Quizás la tensión no se resuelva, y los argentinos, como tantas veces ya ha ocurrido, terminen por acostumbrarse a algo que les disgusta, pero que no parece tener solución.
Quizás la tensión continúe en aumento y sobrevivan tiempos difíciles.
Quizás sea mejor mantener la calma y pensar que la vida política, como la vida misma, es una constante sucesión de valles y mesetas. Ilusión de que los problemas de hoy ya cambiarán. Hasta que sobrevengan otros, al menos diferentes.

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