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sábado, 27 de agosto de 2011

La explicación ideológica y la explicación psicológica

La explicación ideológica y la explicación psicológica
Para comprender el mundo, la mente humana necesita simplificar.
Explicar, entre otras cosas, es formular ficciones útiles para dar cuenta de la complejidad de lo real.
La “complejidad de lo real” es un ejemplo elocuente de lo anterior. Quizás la realidad es sólo lo que es. Su aparente complejidad tal vez no sea más que una figura para referirse al vínculo que establecemos con lo real, en tanto sujetos del conocimiento.
La política no escapa a esa lógica. La política es tanto una realidad como una abstracción. No resulta desatinado considerar que política no es otra cosa que una serie de hechos a los que les asignamos un carácter particular. Catalogar a un hecho como político supone hablar de ciertos significados e implicancias. Definir el alcance de los mismos es objeto de las denominadas ciencias políticas.
Pero, sea lo que sean los hechos políticos, resulta imposible concebirlos como entidades que trascienden a los factores humanos que constituyen su causa. En tal sentido no hay hecho político en ausencia de los motivos y creencias de los actores humanos que los generan.
Concluir a partir de lo anterior que la política deberái reducirse a la psicología es una temeridad y una confusión de niveles.
Por supuesto, si la política es una especial mirada sobre ciertos acontecimientos humanos, deberíamos atenernos a las leyes propias de ese nivel de abstracción. Pero, sin embargo, resulta difícil renunciar a lo que subyace a dicha abstracción. Esto es, nuevamente: deseos, creencias y pasiones humanas.
Lo mismo que se analiza sobre la política, se aplica a la ideología. Porque, en última instancia, la ideología no es otra cosa que sistemas de creencias y valores que guían las acciones de individuos y colectivos.
Hoy, como siempre, los hechos políticos se analizan en términos de las vicisitudes de disputas ideológicas. Izquierdas, derechas, centros, progresismos, liberalismos, etc. pretenden referir a fuerzas que transcenderían a la psicología de quienes se movilizarían dentro de sus respectivos senos.
Pero escamotear la psicología de los actores conduce a lo que los epistemólogos de la filosofía analítica denominan error categorial. En este caso, cometer un error categorial significa suponer que existen realmente entidades trans-fenoménicas que se desplegarían por encima de los actos psicológicos y conductuales de los actores humanos que se comportan bajo determinantes ideológicos.
Coleridge, citado por Borges, considera que los hombres nacen aristotélicos o platónicos, y que ambas cosmovisiones irreconciliables vuelven a aparecer a los largo de la historia bajo diferentes ropajes.
Similarmente, parece imposible explicar el universo de lo político en términos de categorías tales como izquierda y derecha. ¿Pero qué son realmente izquierda y derecha si prescindimos de que, fundamentalmente, son sistemas de creencias y valores?
En tanto significados de uso (es decir, más allá del análisis político teórico) reivindicarse y/o acusar a alguien de izquierdista o derechista supone atribuirle deseos y creencias analizados en términos valorativos.
De igual modo, definirse como progresista (modo contemporáneo de reivindicarse de izquierda obviando ciertas connotaciones problemáticas de dicha categoría) significa afirmar que se es éticamente superior, más humano, más sensible, más justo, más democrático, más abierto a nuevas ideas que nos permiten trascender viejos atavismos que hacían más pesada la carga de la existencia, etc.
Inversamente, no ser progresista (i.e. “ser de derecha”) parecería equivaler a ser más egoísta, más individualista, más pragmático y menos sensible, más propenso a conservar atavismos anticuados que complican el existir, etc.
En una síntesis más ajustada, ser progresista parece significar ser mejor persona y/o poseer mayor inteligencia y sabiduría. En cambio, ser de derecha significaría ser mala persona, por acción o por omisión, y/o (vía autoengaño conciente o falsa conciencia) estar prisionero de un sistema de valores perverso o profundamente degradante de la condición humana, o ignorar que ciertos medios no conducen a los fines que deberían consducir.
El bien y el mal, la conciencia de la lucidez o el determinismo del autoengaño, creencias verdaderas o falsas, ser más o menos inteligentes. Hablar de ideología es hablar de psicología. O de ética. De saber cómo se debería vivir y para que lo hacemos.
Hablar de política es hablar de lo que deseamos, de lo que no deseamos o de lo que “no queremos saber que deseamos” (la expresión es de Julio Cortázar)
Sería justo entonces suspender la pesada carga de los etiquetamientos ideológicos para poder hablar de lo que único que realmente se viene hablando: el bien, el mal, los medios, los fines, la inteligencia para alcanzarlos.
Eso revelaría, quizás, que no todo es como parece. Y que virtudes y disvalores pueden habitar o escasear detrás de muchos rótulos que confunden el ser y el parecer, la sustancia y declamación vacía, la verdad y la impostura.