La dramática decisión tomada por el vicepresidente Julio Cobos esta madrugada semeja una bocanada de aire fresco en el marco de un clima asfixiante con rumores de aprietes y otras presiones non santas a senadores.
Tal como Cobos dijera en las palabras que precedieron a su voto, la historia juzgará su acto, aunque hoy no sepamos cómo.
No obstante, a juicio de quien escribe estas líneas y desde el humilde rincón histórico del hoy, se trató de una decisión valiente, sincera, sensata y sabia.
Había que ser valiente para disentir con uno de los gobiernos que mayor poder ha sabido acumular en la Argentina de los últimos años.
Conforme a mi percepción, Cobos expresó en su discurso un nivel de transparencia y sinceridad claramente contrastante con lo que estamos acostumbrados a ver en otros políticos.
La decisión tomada fue, además, sensata, ya que era la única y –quizás última- posibilidad de poner luz para la resolución de un conflicto inédito que viene desgastando al país y dividiendo a la sociedad.
Por último, se trató de una decisión sabia, en la medida en que pudo sobrevolar por encima de un “beneficio” inmediato para el Gobierno (que más temprano que tarde habría agravado el conflicto), en pos de un bien de mayor alcance en el futuro.
El gesto de Cobos fue la puesta en acto de la ley, sobre la desmesura de un poder desquiciado por un error de origen, derivado y perpetuado en un capricho incomprensible.
Por eso, al margen de cómo se desarrolle la historia, con sus marchas, contramarchas y misterios inescrutables; lo cierto es que hoy parece que la decisión del Vicepresidente Julio Cobos no sólo inyectó salud a La República, sino –y paradójicamente– a un Gobierno que se venía debilitando día a día por un daño incomprensiblemente autoinfligido.
Soy Federico González
No hay comentarios.:
Publicar un comentario