Autor: Lic. Federico González
Director de Opinión Autenticada
Director del Programa de Actualización en Psicología y Opinión Pública – Facultad de Psicología - UBA
1. Introducción
La célebre frase de Winston Churchill "La democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre, con excepción de todos los demás” ilustra sobre las ventajas relativas de ese sistema a pesar de sus imperfecciones. Pero de la circunstancia de que algo sea imperfecto no se sigue que no sea perfectible.
Lo acontecido en los comicios del pasado domingo resultan un ejemplo paradigmático de las desprolijidades que recurrentemente suelen verificarse en nuestro sistema electoral, a la postre pilar básico del sistema democrático; pero a la vez señalan la urgente necesidad de modificaciones, por cierto enteramente factibles.
Si la idea de que “el cambio recién empieza” es más que un simple eslogan de campaña, y -según las palabras de la Presidente electa- entre las asignaturas pendientes figura el ambiguo concepto de “mejorar la institucionalidad”, sería importante encarar seriamente el funcionamiento de un sistema electoral basado en prácticas que nos retrotraen a los inicios del siglo pasado y que no pueden dejar de recordar –salvando las justas diferencias- episodios poco felices de nuestra historia (léase “fraude patriótico” )
Por cierto, las ideas que se expresan en estas líneas no pretenden poner en tela de juicio la legitimidad del resultado que derivó en el triunfo electoral de la Presidente electa Cristina Fernández de Kirchner, sino -en todo caso- destacar la persistencia en los malos vicios de la vieja política que no han hecho otra cosa que empañar la transparencia que debiera tener un comicio electoral.
Es sabido que el domingo 28 de octubre se registraron un sinnúmero de anomalías durante el acto eleccionario, principalmente en el conurbano bonaerense, que dieron emergencia a una retahíla de rumores, denuncias, y suspicacias respecto a la seriedad del comicio. Boletas ausentes, fiscales sorprendidos “in fraganti” retirando boletas opositoras, largas colas para votar, gente que no pudo hacerlo, documentos mellizos, etc., fueron algunas de las tantas anormalidades detectadas durante esa jornada. Todo lo cual derivó en hechos tales como 500 denuncias por falta de boletas realizadas ante Poder Ciudadano, denuncias sobre serias irregularidades formuladas por los candidatos de la oposición ante la justicia electoral, declaraciones de Elisa Carrió refiriéndose a “un brutal saqueo de las boletas de la Coalición Cívica”, luego puntualizadas al sostener que “nos quitaron tres puntos en el conurbano”
En contraposición, resultaron sorprendentes las declaraciones de algún miembro del actual gobierno al manifestar que los comicios fueron “absolutamente cristalinos” y, más aún, las del mismísimo Presidente Néstor Kirchner que haciendo gala de unos de sus típicos arranques de negación de lo obvio llegó a afirmar que “fue una elección sin ningún incidente”
En consonancia con lo anterior, en este artículo se tratarán dos problemas asociados e nuestro sistema electoral que expresan de modo claro tanto la idea de que la democracia actual tiene problemas en su base (i.e. las elecciones) como que no existe ninguna razón lógica o fáctica que justifique al sistema político seguir soslayando el intento de soluciones.
2. Sobre el acto electoral propiamente dicho y los problemas acaecidos el pasado domingo 28 de Octubre
Caso 1: Imaginemos un ciudadano que ingresa al cuarto oscuro y no encuentra la boleta del partido al que ha decidido votar. Imaginemos que en ese cuarto hay muchas boletas. El ciudadano duda y se pregunta si es que la boleta no estará, o bien si estará pero él no puede encontrarla. El ciudadano piensa ahora si convendrá salir e informar a las autoridades de mesa sobre su inconveniente, pero lo inhibe imaginar que tal vez esas autoridades lo inquieran sobre la boleta faltante o que, simplemente, se ponga de manifiesto a quién pretende a votar. Finalmente, el ciudadano desiste y opta por la más simple: vota por el segundo candidato preferido o vota en blanco.
Caso 2: Imaginemos a un ciudadano ante el mismo hecho anterior pero con la sola diferencia de que decide salir y advertir a las autoridades sobre la falta de boletas. Imaginemos que recibe como respuesta “vote lo que hay o vote en blanco”. Imaginemos que ese ciudadano tiene bajo nivel de instrucción y pertenece a la clase de personas que -debido a su humilde condición social- está acostumbrada al acatamiento sumiso a las figuras de autoridad. Esa persona reingresa entonces al cuarto oscuro y simplemente hace lo que le dijeron, es decir: vota a otro candidato o vota en blanco.
Ambos casos ilustran elocuentemente algo: si la esencia de la democracia es la libre posibilidad de elegir, para esos hipotéticos ciudadanos no hubo democracia. Lo grave es que estos casos prototípicos no corresponden a casos ficticios sino reales. Lo más grave es que para completar el cuadro habría que multiplicar esos casos por un número difícil de precisar pero para nada escaso, a juzgar por las recurrencia de las denuncias.
Dejemos ahora de imaginar y atendamos al siguiente dato: según el escrutinio provisorio (http://www.elecciones.gov.ar/paginas/f_top.htm ), con el 96,58% de las mesas escrutadas, el voto en blanco a nivel total país asciende a 4,81%, manteniéndose en niveles parejos en casi todas las provincias , excepto en la Provincia de Buenos Aires donde trepa a un sugestivo 7.56%. No hace falta ser demasiado ducho en aritmética básica como para colegir que los tres puntos a los que alude Elisa Carrió presentan una notable verosimilitud.
3. Sobre las elecciones múltiples, las listas sábanas, las listas colectoras y otras dificultades de la estructura electoral actual
El definitivo destierro de las listas sábana es uno de los ejemplos más claros que alimentan el folklore de las promesas políticas eternamente incumplidas. Sin embargo, gran parte de la dirigencia política argentina que supimos conseguir, lejos de sentir culpa ante la inexplicable postergación de ese tema, ha ideado nuevas argucias que -en definitiva- no hacen sino obstaculizar una vez más la libre elección del ciudadano.
Esa tremenda maquinaria electoral desplegada por el kirchnerismo (a total contramano de la promesa de 2003 de desterrar los vicios de la denominada “vieja política) derivada de lo que primigeniamente dio en llamarse transversalidad y, luego, concertación plural (y que desde otra conceptualización no es más que simple cooptación), se materializó en lo que metafóricamente se han denominado “listas colectoras”.
Ante esto cabe una pregunta básica: desde la lógica esencial de la libre elección inherente al ejercicio de la democrática, ¿por qué los actos independientes de elección deberían contaminarse al “enredarse” en el soporte físico de una boleta única, donde actos de elección que deberían ser disyuntivos aparecen amalgamados? Dicho más simplemente, ¿por qué en un sistema eminentemente presidencialista, a la hora de elegir un presidente el ciudadano debería complicarse con sus elecciones a gobernador, intendente y legisladores? En términos de teoría de información tal circunstancia básicamente produce ruido sobre cada una de las elecciones que, teóricamente, deberían resultar actos intencionales independientes. Es cierto que pueden invocarse atendibles razones de costos para insistir en unificar en un sistema integrado de boletas los actos eleccionarios diferentes (Vg. Presidente, gobernador, etc.), pero no es menos cierto que es justo analizar si tales eventuales razones de costo justifican los perjuicios atentatorios contra una elección más clara desde la perspectiva del ciudadano agente de la misma.
En síntesis, si conforme a la ley Sáenz Peña, fundacional de la democracia argentina, el voto es universal, secreto y obligatorio; conforme al espíritu de elección libre en que apoya la esencia de la democracia, el voto debería también ser un acto simple y no contaminado por ninguna circunstancia espuria (i.e., ausencia de boletas, listas sábanas, listas colectoras, corte de boletas, etc.)
4. Uns sugerencia simple a modo de síntesis final
Resulta claro que nuestro sistema electoral resulta francamente anacrónico. Un simple ejercicio de reflexión futurista (artilugio mental que nos permite reflexionar sobre el presente a la luz de cómo nos visualizaríamos desde el futuro) nos revela que cuando hayamos resuelto estas groseras imperfecciones del referido sistema, nos resultará casi incomprensible entender cómo fue posible que en octubre de 2007 todavía podíamos ser tan salvajemente primitivos.
Quien escribe estas líneas no sabe si la solución deberá pasar por un sistema de voto electrónico o por algún sistema alternativo de menor costo e igual efectividad . Lo cierto es que, independientemente de cuál resulte ese mecanismo, su pronta elaboración e implementación debe constituirse en un ítem ineludible de la tan mentada y permanentemente postergada reforma política. Si así se hiciera, probablemente la democracia seguiría siendo un sistema imperfecto, pero al menos quedaría demostrado que tal naturaleza no resulta contraria a una voluntad de perfeccionamiento. Probablemente entonces, los problemas del anterior domingo quedarían como resabios de una Argentina bárbara que -al menos en ese aspecto- habría quedado superada.
Soy Federico González
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