La inercia mental: apuntes sobre un matiz de la psicología del votante, a la luz del resultado de las elecciones primarias
Federico González
El difícil arte de explicar el voto
¿Por qué el pasado 14 de agosto, en las elecciones primarias, la gente votó como votó? , ¿Por qué Cristina ganó como ganó?, ¿Qué es lo que votó la gente?
Las razones del voto son múltiples y heterogéneas. En otro trabajo , traté sobre los límites en nuestra capacidad para explicar los hechos políticos y sobre nuestra irrenunciable necesidad de transponerlos. Transposición que —en aquel trabajo— puse en acto enumerando 42 razones conjeturales para el triunfo de Cristina Kirchner, cuya enumeración trasciende el marco del presente artículo.
La tesis de la inercia mental del votante
Aquí me detendré a ampliar sólo una de aquellas razones, a la que denominaré tesis de la inercia mental del votante. Por cierto resulta apenas una razón más dentro de aquel vasto conjunto. Su verosimilitud no se contrapone a la de otras. Su peso relativo no se pretende mayor. La definiré por oposición:
En nuestro afán explicativo solemos conjeturar a un votante ideal que conoce, evalúa y decide. Así, pensamos que esa abstracción que denominamos “la gente” forjó una imagen de las diferentes ofertas electorales (Vg. los candidatos), analizó sus pro y sus contra para, finalmente, decidir su voto.
La tesis de la inercia mental nos muestra un cuadro diferente: mucha gente simplemente decidió en base a lo que emergió en su mente con mayor facilidad. En otros términos, la decisión del votante obedecería más a una lógica consistente en evaluar si lo más conocido (Vg. los candidatos oficialistas) es suficientemente satisfactorio como para poder decidir. Si la respuesta es afirmativa, simplemente se decide en consecuencia, sin necesidad de atender demasiado a las restantes ofertas.
Por supuesto, tanto aquel votante ideal como el que sugiere la tesis de la inercia mental, no son sino los extremos puros de un continuo de posibilidades.
No obstante, la invocación al fenómeno de la inercia mental ilumina algunos aspectos posibles de la lógica de algunos votantes. En primer lugar, la tendencia a satisfacer en lugar de optimizar (en efecto, si la información disponible conocida es suficiente, ¿para qué buscar más?) En segundo lugar, lo anterior semeja más un proceso simple y casi automático que otro de carácter reflexivo. Y, por último, nos permite considerar esa tendencia que aqueja a muchos y que consiste en cerrar la mente ante las diferentes alternativas de la oferta política.
Lo anterior conlleva algunas implicancias para explicar el fracaso de la oposición.
La oposición tiene debilidades, pero también tiene propuestas
Aquí no se trata de negar los simples o groseros errores estratégicos y tácticos cometidos por los diferentes candidatos opositores. Sí se trata de comprender que aquel fracaso no puede ser atribuido por entero a esos errores.
Muchas de las explicaciones sobre ese fracaso son una amalgama entre verdad, prejuicio, lugares comunes y metáforas ad hoc. Así, quizás se asista al abuso de sostener acríticamente que la oposición no tenía propuestas. O que si las tenía, no supo comunicarlas. O, en versión pasional, que la oposición no alcanzó a “enamorar al electorado.”
Todo eso puede tener una cierta dosis de verdad, pero también escamotear la otra campana: tal vez la oposición sí tenía alguna propuesta, tal vez algunas fueron comunicadas de un modo aceptable, tal vez las propuestas de la oposición no fueran ostensiblemente inferiores a las del oficialismo; pero quizás del otro lado no hubo suficientes receptores dispuestos genuinamente a escuchar.
Al respecto, la metáfora de la seducción puede ser esclarecedora: quien seduce debe conocer su arte, pero sí de antemano el otro ha decido negarse a considerar el juego de la seducción, ese arte se tornará estéril e impotente.
La inercia mental puede ser un mecanismo doblemente perverso: primero obtura la posibilidad y, luego, ante el hecho está consumado, aplica racionalizaciones que lo justifican (Vg. “elegí al oficialismo que conozco porque en realidad no había opciones, no había nada que elegir”)
A pocos menos de un mes de las elecciones, desde algunos medios se sigue insistiendo en que la oposición no tiene estrategia, no tiene rumbo, no tiene propuestas o no tiene convicción. Puede ser. ¿Pero será tan así?
Cuando se dispone verdaderamente a escuchar a varios de los candidatos se observa, por el contrario, que, tanto antes como ahora, sí existieron y existen propuestas.
Comencemos por Ricardo Alfonsín. Entre otros proyectos, ha presentado públicamente los siguientes: 1) el Plan Casa Joven, orientado a solucionar el problema de la primer vivienda de jóvenes de bajos ingresos, a través de créditos hipotecarios accesibles y con bajo interés (se aspira a otorgar 150.000 créditos por año); 2) el Plan Crianza, orientado a universalizar el beneficio de la asignación a la niñez y a transformarlo en un derecho al ingreso garantizado para la seguridad social de los niños (incluye al Plan Hambre Cero, encaminado, entre otros aspectos, a bajar drásticamente el índice de mortalidad infantil); 3) el Plan de Incentivos al Empleo Joven, basado en otorgar incentivos a las empresas que contraten jóvenes; 4) el Plan Nacional de Formación de Ingenieros, orientado a formar recursos humanos para achicar la brecha tecnológica y mejorar la matriz productiva del país; 5) el Plan Ferroviario, que apunta a extender el servicio ferroviario nacional; 6) El Plan Medioambiental para el Desarrollo Sustentable, orientado a pasar del crecimiento al desarrollo sustentable, en el marco de una gestión ambiental que garantice un manejo inteligente los bienes naturales.
Por su parte, Eduardo Duhalde, ha propuesto en forma pública: el programa “Hambre cero” y la renta básica de ciudadanía; un aumento de la inversión en la prevención y represión del delito; una concepción integral de los derechos humanos de modo tal que se incluyan los derechos a la vida, a la salud, al privilegio de niños y ancianos; la lucha frontal contra los narcotraficantes y prevención de la drogodependencia; la recuperación del sistema federal de gobierno; garantizar el derecho al arraigo y a la tierra para la vivienda en todas las poblaciones del NEA y el NOA que no superen los 100.000 habitantes; poner los organismos de control del estado en manos de la oposición; crear las condiciones para producir un shock de inversión.
Por su parte, Hermes Binner ha presentado un plan integral de gobierno en base a 10 ejes, con propuestas específicas en cada uno: Alimentación, Salud, Educación, Vivienda; Trabajo Decente, Jubilación Digna, Seguridad, Justicia, Medio Ambiente Sustentable e Inserción de Argentina en el mundo.
Alberto Rodríguez Saá, también hizo público un pormenorizado Programa de Gobierno que incluye varias decenas de propuestas desglosadas en las siguientes áreas: Educación, Salud, Protección Social, Justicia, Seguridad, Política Fiscal, Integración Global, Transporte, Energía, Plan Nacional de Energía, que incluya las energías alternativas que cuidan el medioambiente, Desarrollo Sustentable, Jefatura de Gabinete, Decretos de Necesidad y Urgencia, Superpoderes, Auditoría General de La Nación, Consejo de la Magistratura, Defensorías del Pueblo, Corte Suprema de Justicia de la Nación, Federalismo Fiscal y Digesto Nacional.
Elisa Carrió y otros dirigentes de la Coalición Cívica también han presentado de modo público su Plan Integral de Gobierno que incluye: Desarrollo económico sostenible, Rol decisivo de las PyMEs, Desarrollo Social: Distribución del ingreso e igualdad de oportunidades, Políticas públicas que universalicen y garanticen el trabajo digno, Acceso a la vivienda y desarrollo territorial, Educación, Seguridad pública y ciudadana, Políticas penitenciarias y Derechos de las personas privadas de libertad, Salud, Ciencia, tecnología e innovación, Cultura, Deportes, Turismo, Política estratégica de Relaciones, Defensa, Inclusión y ciudadanía plenas, Política agropecuaria, Políticas de desarrollo pesquero marítimo, Energía, Minería, Políticas ambientales y territoriales, Política institucional, Política de medios y acceso a la información pública.
En el ámbito provincial, Francisco de Narváez ha presentado en forma pública varias decenas de propuestas concretas agrupadas en estas áreas: Educación, Salud, Trabajo, Vivienda, Seguridad, Política Social, Infraestructura, Medio Ambiente, Inflación, Federalismo
Reflexión final: ¿Cómo romper la inercia mental del votante?
La tesis de un mecanismo de inercia mental del votante aspira a describir y no a valorar ciertos aspectos de la psicología de los electores. Por supuesto, no se trata de cuestionar a ningún votante y menos de deslegitimar los resultados de la democracia. Simplemente se pretende arrojar alguna luz en la ardua empresa de la comprensión.
Tampoco se pretende ser indulgente con las miserias de la oposición, que quizás no sean pocas.
Pero, nada de lo anterior quita la pretensión de ecuanimidad.
Oportunamente, Lilita Carrió lo expresó con claridad. Palabras más, palabras menos, ello habría dicho: “Estamos tranquilos: dijimos lo que debíamos decir, denunciamos lo que debíamos denunciar, hicimos lo que teníamos que hacer, nos preparados con equipos y con ideas; ¿qué más podríamos hacer?”. Su catarsis anticipada dejaba entrever, a modo de consecuencia lógica, que si la gente no comprende, si no quiere escuchar, si no quiere votar por algo distinto; entonces, ¿qué más puede hacerse?”
Luego del fracaso de las primarias, la oposición no ha padecido una sino dos derrotas: primero, la de la urnas; luego, de ser ubicada en el lugar del escarnio reservado a quienes no habrían podido ni sabido. Paradójicamente es como si “la gente” hubiera decidido votar al oficialismo y, luego, le reprochara a la oposición su magro desempeño.
Sin duda, insistiré, hay mucho para cuestionar a la oposición. Pero, ¿No será demasiado?
Ciertamente siempre podría hacerse algo más de lo que se hizo. Siempre podría haberse aplicado mayor, fuerza, mayor inteligencia, mayor coraje, mayor convicción.
Tal vez el fracaso opositor, su capital pecado, sea no haber advertido que si se pretende ser un digno oponente del oficialismo eso significaba un fin extraordinario. Y los fines extraordinarios deben ir precedido por causas extraordinarias. Algo del orden de la epopeya.
Romper la inercia mental del votante sería lograr hacerse escuchar, penetrar la mente y el corazón del votante para que, verdaderamente, conceda una posibilidad. Para que, finalmente, pueda realizar el poco frecuente ejercicio consistente en imaginar “Bueno, a ver, vamos a pensar en serio, ¿qué pasaría si ese candidato —a quien descarto— por inercia, accediera al gobierno?, ¿Cómo sería entonces ese país, o esa provincia?
Si eso ocurriera, quien sabe si el resultado cambiaría. Tal vez sí, tal vez no.
Quizás a la oposición tampoco le alcance para torcer su destino. Pero un resultado basado en la mayor reflexión de más votantes, sin duda, sería mucho más justo que aquel determinado en parte por una simple inercia mental.
Opiniones y reflexiones sobre la actualidad política argentina expresadas desde la óptica de la psicología de los actores involucrados.
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domingo, 25 de septiembre de 2011
Los límites de la explicación política y la necesidad de traspasarlos (reflexiones luego de las elecciones primerias del 14 de agosto de 2011)
Pregunta inocente: “¿Me podría decir por qué votó la gente?
Interpretación literal: “¿Me podría decir por qué aproximadamente 20 millones de personas votaron cómo votaron?!!!!”
Imaginemos que habrá muchos votantes que pueden dar una respuesta contundente y taxativa sobre sus razones de voto. Pero también imaginemos que habrá muchas personas que no tendrán una respuesta sencilla, o que no sabrían bien qué responder, o que no responderían.
Si multiplicamos los últimos casos por una cantidad elevada de ciudadanos, apreciaremos con claridad el carácter desmesurado de ensayar una respuesta razonable a la inocente pregunta; ¿por qué votó la gente?
A pocos días de las elecciones primarias conjeturé sobre los límites de las explicaciones de los hechos políticos y sobre la necesidad de trasponerlos.
Referí a la tesis del escepticismo empírico de Nassim Taleb, que enfatiza la importancia del azar y, por ende, advierte sobre la tendencia a sobrevalorar las explicaciones racionales de los hechos sociales.
Aludí a una idea que alguna vez balbuceé (probablemente inspirada en algún texto de Sorokin) y que sostiene que la estructura de una sociedad es tan compleja que cualquier intento de comprensión produce una especie de "corto-circuito mental", que desencadena algo análogo a la "invención" o "fabulación" de explicaciones. En tal sentido, toda explicación socio-política sería una inevitable mistificación de la compleja realidad social, que —en rigor— quizás sea un arcano insondable.
Insistí señalando una obviedad que, al formularla, ilustra sobre el real abismo de lo no explicable: no tenemos la máquina de leer con precisión el pensamiento y los sentimientos de las personas. Quizás tampoco quisiéramos jamás contar con semejante artilugio, aunque su realización fuera técnicamente posible. Además, ese terrible lector generaría tal maraña de informes que deberíamos tener otra tecnología fenomenalmente prodigiosa que interpretara esa inmensidad informativa y la tradujera sin pérdida en un texto sencillo e inteligible.
Señalé también que la pasión por explicar es una motivación tan irrenunciable que no podíamos sino sucumbir a la tentación de esbozar un vasto repertorio de razones para, en ese caso, explicar por qué Cristina Kirchner ganó del modo en que lo hizo.
Luego de aquella introducción esbocé 42 explicaciones conjeturales sobre las razones de aquel triunfo, cuya enumeración no es objeto del presente análisis.
¿Por qué votó la gente?, ¿Por qué Cristina ganó como ganó?
Preguntas simples. Preguntas difíciles. Respuestas conjeturales. Tan conjeturales como irrenunciables.
Interpretación literal: “¿Me podría decir por qué aproximadamente 20 millones de personas votaron cómo votaron?!!!!”
Imaginemos que habrá muchos votantes que pueden dar una respuesta contundente y taxativa sobre sus razones de voto. Pero también imaginemos que habrá muchas personas que no tendrán una respuesta sencilla, o que no sabrían bien qué responder, o que no responderían.
Si multiplicamos los últimos casos por una cantidad elevada de ciudadanos, apreciaremos con claridad el carácter desmesurado de ensayar una respuesta razonable a la inocente pregunta; ¿por qué votó la gente?
A pocos días de las elecciones primarias conjeturé sobre los límites de las explicaciones de los hechos políticos y sobre la necesidad de trasponerlos.
Referí a la tesis del escepticismo empírico de Nassim Taleb, que enfatiza la importancia del azar y, por ende, advierte sobre la tendencia a sobrevalorar las explicaciones racionales de los hechos sociales.
Aludí a una idea que alguna vez balbuceé (probablemente inspirada en algún texto de Sorokin) y que sostiene que la estructura de una sociedad es tan compleja que cualquier intento de comprensión produce una especie de "corto-circuito mental", que desencadena algo análogo a la "invención" o "fabulación" de explicaciones. En tal sentido, toda explicación socio-política sería una inevitable mistificación de la compleja realidad social, que —en rigor— quizás sea un arcano insondable.
Insistí señalando una obviedad que, al formularla, ilustra sobre el real abismo de lo no explicable: no tenemos la máquina de leer con precisión el pensamiento y los sentimientos de las personas. Quizás tampoco quisiéramos jamás contar con semejante artilugio, aunque su realización fuera técnicamente posible. Además, ese terrible lector generaría tal maraña de informes que deberíamos tener otra tecnología fenomenalmente prodigiosa que interpretara esa inmensidad informativa y la tradujera sin pérdida en un texto sencillo e inteligible.
Señalé también que la pasión por explicar es una motivación tan irrenunciable que no podíamos sino sucumbir a la tentación de esbozar un vasto repertorio de razones para, en ese caso, explicar por qué Cristina Kirchner ganó del modo en que lo hizo.
Luego de aquella introducción esbocé 42 explicaciones conjeturales sobre las razones de aquel triunfo, cuya enumeración no es objeto del presente análisis.
¿Por qué votó la gente?, ¿Por qué Cristina ganó como ganó?
Preguntas simples. Preguntas difíciles. Respuestas conjeturales. Tan conjeturales como irrenunciables.
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viernes, 23 de septiembre de 2011
Algunas reflexiones antes de votar
Antes de las elecciones primarias escribí un aserie de reflexiones antes de votar. Hoy las vuelvo a publicar de modo ampliado.
Dentro de un mes tendremos que votar nuevamente. A diferencia de las primarias, esta vez nuestro voto resultará determinante.
La importancia del hecho justifica un llamado a la reflexión. Apenas se trata de una invitación al ejercicio del pensamiento. Si se prefiere: palabras al viento que quizás encuentren eco en alguien. Ojalá.
En principio, la propuesta es tan simple que parece una obviedad: cuando un candidato habla, hay que escuchar qué es lo que dice.
Más allá de cómo lo dice, de cómo gesticula, de su tono de voz. Simplemente analizar qué es lo que dice:
Atender a la densidad conceptual de lo que se dice. Cuántas son ideas. Cuántas son frases huecas. Cuántos slogans vacíos de contenido.
Cuántas auténticas ideas-fuerza. Cuántos golpes bajos.
Recomiendo el ejercicio. Yo lo hice. Quizás nos llevemos algunas sorpresas. Cuando uno se dispone realmente a escuchar muchas cosas son distintas a lo que parecen.
Y, cuando se escuchan ciertos discursos y se los compara con otros, no se comprende por qué las inteligencias de los candidatos/as a veces están tan poco alineadas con sus respectivas intenciones de voto.
Sería bueno que no votáramos a impostores/as ni a demagogos/as. Algunos candidatos/as lo son, otros/as no. Deberíamos evitar a los impostores/as disfrazados/as de corderitos salvadores.
Hay algunos/as candidatos/as de cuya honestidad no puede dudarse. Hay otros/as que generan serias sospechas.
Quizás valdría pensar quién es el candidato/a más impostor/a. Si inmediatamente se nos viene alguien a la mente, ¿Por qué votarlo/a entonces?
Quizás valdría el esfuerzo de pensar que pasaría el día después si ese candidato/a ganara. ¿Nos suenan familiares las palabras venganza o revancha?
¿Por qué votar entonces a alguien capaz de vengarse de alguien?
A veces se piensa a la política y a los/as políticos/as como entelequias que trascienden a los aspectos humanos básicos. Pero, vaya obviedad, los/las políticos/as son personas y, como tales, algunos/as son buenas personas; otro/as no.
¿Por qué votar por malas personas, cuando podemos hacerlo por buenas personas?
Seguramente la inteligencia es un valor. Pero, vaya obviedad, a veces está al servicio de causas innobles.
No estaría de más pensar en quienes aplican o aplicarían su inteligencia al servicio de causas nobles y quienes lo harían a causas innobles y/o egocéntricas. Políticos/as que aplican o aplicarían su inteligencia a la causa de sus egos o de acumular poder por el poder mismo.
Sería útil recordar que para algunos políticos/as primero están ellos mismos, segundo ellos, tercero ellos; finalmente quizás haya algún otro. Quizás.
Es tan tremendamente obvio saber quién es quién que no se comprende porque hay cosas que son cómo son.
Resultaría oportuno considerar que existen políticos/as que han construido fortalezas con una retahíla de palabras rimbombantes que no expresan nada.
¿Para qué votar entonces a esos encantadores/as de serpientes, embaucadores/as de verbo fácil y sustancia nula?
Antes de votar quizás valga la pena pensar en la diferencia entre las apariencias y la sustancia. Entre la imagen y la verdad. Entre el “chamuyo” estéril y el discurso conceptual.
¿No es acaso más que evidente la diferencia entre los/las políticos/as verseros/as y los/las creíbles?
¿Por qué extraño arcano hay tanta gente que se deja embaucar por políticos/as que no son más que charlatanes/as de feria. O por psicópatas disfrazados/as de salvadores/as?
Sería saludable desconfiar de políticos/as que se victimizan demasiado. De quienes hacen del golpe bajo un estilo de vida. De los lobos/as disfrazados de corderos/as.
Y también desconfiar de los políticos/as ego-maniacos/as, cuyo único vínculo verdadero es con el espejo.
Quizás nos suceda que tenemos que votar y nos asalten miedos de "lo que pueda pasar". Pero seamos ecuánimes: las cosas preocupantes que puedan suceder, podrían ocurrir tanto si se cambian como si no se cambian las personas. ¿Por qué los miedos siempre deberían homologarse a los cambios y no a las permanencias?
Quizás un buen ejercicio radique en ordenar esos miedos para descubrir sus diferencias de magnitudes. Pensar con claridad a qué exactamente tememos cuando suponemos que podría ganar tal o cual candidato/a. Quizás nos sorprenda descubrir que, antes de reflexionar, creíamos temer a cosas que es difícil temer y, también, que no temíamos a cosas que si deberíamos temer.
Para finalizar: por supuesto, cada ciudadano es dueño de pensar o dejar de pensar sobre lo que se ocurra. Lo anterior no es sino una simple invitación a que, a la hora de votar, pensemos un poco más de lo que una especie de inercia mental nos impide hacer.
Cada uno sabrá de qué se trata.
Dentro de un mes tendremos que votar nuevamente. A diferencia de las primarias, esta vez nuestro voto resultará determinante.
La importancia del hecho justifica un llamado a la reflexión. Apenas se trata de una invitación al ejercicio del pensamiento. Si se prefiere: palabras al viento que quizás encuentren eco en alguien. Ojalá.
En principio, la propuesta es tan simple que parece una obviedad: cuando un candidato habla, hay que escuchar qué es lo que dice.
Más allá de cómo lo dice, de cómo gesticula, de su tono de voz. Simplemente analizar qué es lo que dice:
Atender a la densidad conceptual de lo que se dice. Cuántas son ideas. Cuántas son frases huecas. Cuántos slogans vacíos de contenido.
Cuántas auténticas ideas-fuerza. Cuántos golpes bajos.
Recomiendo el ejercicio. Yo lo hice. Quizás nos llevemos algunas sorpresas. Cuando uno se dispone realmente a escuchar muchas cosas son distintas a lo que parecen.
Y, cuando se escuchan ciertos discursos y se los compara con otros, no se comprende por qué las inteligencias de los candidatos/as a veces están tan poco alineadas con sus respectivas intenciones de voto.
Sería bueno que no votáramos a impostores/as ni a demagogos/as. Algunos candidatos/as lo son, otros/as no. Deberíamos evitar a los impostores/as disfrazados/as de corderitos salvadores.
Hay algunos/as candidatos/as de cuya honestidad no puede dudarse. Hay otros/as que generan serias sospechas.
Quizás valdría pensar quién es el candidato/a más impostor/a. Si inmediatamente se nos viene alguien a la mente, ¿Por qué votarlo/a entonces?
Quizás valdría el esfuerzo de pensar que pasaría el día después si ese candidato/a ganara. ¿Nos suenan familiares las palabras venganza o revancha?
¿Por qué votar entonces a alguien capaz de vengarse de alguien?
A veces se piensa a la política y a los/as políticos/as como entelequias que trascienden a los aspectos humanos básicos. Pero, vaya obviedad, los/las políticos/as son personas y, como tales, algunos/as son buenas personas; otro/as no.
¿Por qué votar por malas personas, cuando podemos hacerlo por buenas personas?
Seguramente la inteligencia es un valor. Pero, vaya obviedad, a veces está al servicio de causas innobles.
No estaría de más pensar en quienes aplican o aplicarían su inteligencia al servicio de causas nobles y quienes lo harían a causas innobles y/o egocéntricas. Políticos/as que aplican o aplicarían su inteligencia a la causa de sus egos o de acumular poder por el poder mismo.
Sería útil recordar que para algunos políticos/as primero están ellos mismos, segundo ellos, tercero ellos; finalmente quizás haya algún otro. Quizás.
Es tan tremendamente obvio saber quién es quién que no se comprende porque hay cosas que son cómo son.
Resultaría oportuno considerar que existen políticos/as que han construido fortalezas con una retahíla de palabras rimbombantes que no expresan nada.
¿Para qué votar entonces a esos encantadores/as de serpientes, embaucadores/as de verbo fácil y sustancia nula?
Antes de votar quizás valga la pena pensar en la diferencia entre las apariencias y la sustancia. Entre la imagen y la verdad. Entre el “chamuyo” estéril y el discurso conceptual.
¿No es acaso más que evidente la diferencia entre los/las políticos/as verseros/as y los/las creíbles?
¿Por qué extraño arcano hay tanta gente que se deja embaucar por políticos/as que no son más que charlatanes/as de feria. O por psicópatas disfrazados/as de salvadores/as?
Sería saludable desconfiar de políticos/as que se victimizan demasiado. De quienes hacen del golpe bajo un estilo de vida. De los lobos/as disfrazados de corderos/as.
Y también desconfiar de los políticos/as ego-maniacos/as, cuyo único vínculo verdadero es con el espejo.
Quizás nos suceda que tenemos que votar y nos asalten miedos de "lo que pueda pasar". Pero seamos ecuánimes: las cosas preocupantes que puedan suceder, podrían ocurrir tanto si se cambian como si no se cambian las personas. ¿Por qué los miedos siempre deberían homologarse a los cambios y no a las permanencias?
Quizás un buen ejercicio radique en ordenar esos miedos para descubrir sus diferencias de magnitudes. Pensar con claridad a qué exactamente tememos cuando suponemos que podría ganar tal o cual candidato/a. Quizás nos sorprenda descubrir que, antes de reflexionar, creíamos temer a cosas que es difícil temer y, también, que no temíamos a cosas que si deberíamos temer.
Para finalizar: por supuesto, cada ciudadano es dueño de pensar o dejar de pensar sobre lo que se ocurra. Lo anterior no es sino una simple invitación a que, a la hora de votar, pensemos un poco más de lo que una especie de inercia mental nos impide hacer.
Cada uno sabrá de qué se trata.
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Voto útil
50, 38, 12, 12, 10: Lo que los números de las primarias dicen, lo que no dicen y lo que parecen decir, pero no dicen
Un diálogo imaginario a modo de introducción:
—¿Así que Cristina ganó con más del 50% y le sacó 38 puntos al segundo?
—Sí, la diferencia entre ella y los opositores es abismal!
Las primarias ya han quedado muy atrás. El resultado fue contundente. Aplastante. Inapelable. Irreversible. La ciudadanía le ha dado un amplio apoyo a la Presidente Cristina Kirchner.
Las anteriores afirmaciones, deliberadamente adjetivadas, surgen de los resultados y éstos le confieren aval.
Las metáforas no escapan a esa lógica de magnificencia: las urnas, que son la voz del pueblo, hablaron; la magnitud de las cifras expresarían que más que hablar, el pueblo gritó.
La anterior conceptualización puede sintetizarse en el austero lenguaje de los números: Cristina obtuvo un 50.7%, Alfonsín 12.17%, Duhalde 12.15%, Binner 10.26%. La distancia entre Cristina y sus inmediatos seguidores fue de 37.9 puntos.
Tomados literalmente, es decir con énfasis más descriptivo que interpretativo, los números significan, ni más ni menos, que cada candidato fue elegido por determinado porcentaje del electorado.
Pero, adicionalmente, los números transmiten, por resonancia, algo que desborda a lo que indica su fría austeridad.
Por un lado, como se dijo, parecen justificar diferentes adjetivaciones como las arriba señaladas. Tales énfasis representan ya un primer nivel interpretativo. En efecto la distancia de 38 puntos entre Cristina y Alfonsín es un dato objetivo. Pero la calificación de “diferencia casi irremontable”, aunque verosímil, supone decir algo más que lo que la cifra indica per se.
Por otro lado, resulta inevitable apoyarse en tales números para avanzar sobre el terreno de las interpretaciones: la gente votó gestión, la gente apoyó el modelo de crecimiento con inclusión, la gente priorizó la gobernabilidad, la gente no vio alternativa en la oposición, la oposición atomizada no supo enamorar al electorado, etc.
En un tercer nivel se ubican aquellas interpretaciones que, de modo explícito o implícito, sugieren algo decididamente erróneo. El caso paradigmático radica de homologar el caudal de votos de un candidato a la magnitud de las adhesiones al mismo por parte del electorado. Más específicamente, que Cristina Kirchner haya más que cuadruplicado a los votos de Alfonsín o de Duhalde no significa en absoluto que cada votante (o el promedio del conjunto) considere que la primera es cuatro veces mejor candidata que los segundos.
En síntesis: las diferencias de proporciones en los resultados electorales no equivalen a diferencias de magnitudes en las valoraciones que los votantes habrían realizado sobre los candidatos.
Los ciudadanos simplemente eligieron. Mayoritariamente esa elección recayó sobre la actual Presidente. Pero eso no justifica entender que las distancias de esas desproporciones equivalgan a diferencias en las valoraciones hacia cada candidato.
No se trata entonces de menoscabar ni de relativizar un resultado contundentemente favorable para la actual Presidente. Ni tampoco defender la performance de una oposición que obtuvo un resultado magro. Sólo se trata de no utilizar los fríos números para avalar lo que decididamente no puede desprenderse de éstos.
—¿Así que Cristina ganó con más del 50% y le sacó 38 puntos al segundo?
—Sí, la diferencia entre ella y los opositores es abismal!
Las primarias ya han quedado muy atrás. El resultado fue contundente. Aplastante. Inapelable. Irreversible. La ciudadanía le ha dado un amplio apoyo a la Presidente Cristina Kirchner.
Las anteriores afirmaciones, deliberadamente adjetivadas, surgen de los resultados y éstos le confieren aval.
Las metáforas no escapan a esa lógica de magnificencia: las urnas, que son la voz del pueblo, hablaron; la magnitud de las cifras expresarían que más que hablar, el pueblo gritó.
La anterior conceptualización puede sintetizarse en el austero lenguaje de los números: Cristina obtuvo un 50.7%, Alfonsín 12.17%, Duhalde 12.15%, Binner 10.26%. La distancia entre Cristina y sus inmediatos seguidores fue de 37.9 puntos.
Tomados literalmente, es decir con énfasis más descriptivo que interpretativo, los números significan, ni más ni menos, que cada candidato fue elegido por determinado porcentaje del electorado.
Pero, adicionalmente, los números transmiten, por resonancia, algo que desborda a lo que indica su fría austeridad.
Por un lado, como se dijo, parecen justificar diferentes adjetivaciones como las arriba señaladas. Tales énfasis representan ya un primer nivel interpretativo. En efecto la distancia de 38 puntos entre Cristina y Alfonsín es un dato objetivo. Pero la calificación de “diferencia casi irremontable”, aunque verosímil, supone decir algo más que lo que la cifra indica per se.
Por otro lado, resulta inevitable apoyarse en tales números para avanzar sobre el terreno de las interpretaciones: la gente votó gestión, la gente apoyó el modelo de crecimiento con inclusión, la gente priorizó la gobernabilidad, la gente no vio alternativa en la oposición, la oposición atomizada no supo enamorar al electorado, etc.
En un tercer nivel se ubican aquellas interpretaciones que, de modo explícito o implícito, sugieren algo decididamente erróneo. El caso paradigmático radica de homologar el caudal de votos de un candidato a la magnitud de las adhesiones al mismo por parte del electorado. Más específicamente, que Cristina Kirchner haya más que cuadruplicado a los votos de Alfonsín o de Duhalde no significa en absoluto que cada votante (o el promedio del conjunto) considere que la primera es cuatro veces mejor candidata que los segundos.
En síntesis: las diferencias de proporciones en los resultados electorales no equivalen a diferencias de magnitudes en las valoraciones que los votantes habrían realizado sobre los candidatos.
Los ciudadanos simplemente eligieron. Mayoritariamente esa elección recayó sobre la actual Presidente. Pero eso no justifica entender que las distancias de esas desproporciones equivalgan a diferencias en las valoraciones hacia cada candidato.
No se trata entonces de menoscabar ni de relativizar un resultado contundentemente favorable para la actual Presidente. Ni tampoco defender la performance de una oposición que obtuvo un resultado magro. Sólo se trata de no utilizar los fríos números para avalar lo que decididamente no puede desprenderse de éstos.
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